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Sabor al amor prohibido. Crónicas del Siglo de Oro

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2018
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Al quedarse a solas, Marisol comprendió todo el horror de su estado. ¿Cuál de los dos males debía escoger? ¿ casarse con aquel hombre tan odioso y así sacrificarse, arruinar su vida, pero salvar a su familia, o someter a todos los familiares a terribles torturas de la Inquisición y acabar siendo quemados vivos en el fuego?

La muchacha estaba tan deprimida que ni siquiera podía llorar, y así se quedó sentada encogiéndose en un ovillo durante casi una hora; de esta forma la encontró Doña Encarnación. La mujer se preocupó de veras, al ver a su hija en tal estado.

– ¿Quien te asustó hasta tal punto? – le preguntó a la muchacha su madre, muy alarmada.

Marisol le relató sobre su encuentro con José María, de sus pretensiones y amenazas.

Doña Encarnación se inquietó mucho, sabía que aquel hombre tenía una alma oscura y era capaz de lo peor para conseguir lo que deseaba. La mujer abrazó a su hija.

– Pobre niña mía – le dijo con voz baja. – Apenas nos apartamos de una desgracia cuando ya llegó otra.

Así, calladas, se quedaron las dos unos minutos. El sol de otoño penetraba en la habitación a través de las cortinas transparentes, iluminando sus caras pálidas.

– ¡Roberto! – de súbito, exclamó Doña Encarnación – será mi hijo mayor quien nos ayudará!, él goza de la confianza del mismísimo regente, ¡así que encontraremos un modo para parar a este malhechor!

Inmediatamente la mujer salió de la habitación para escribir un mensaje a su hijo, y mandó a Mariano ir enseguida a Toledo. Este, en un momento estuvo listo y se marchó.

Al día siguiente por la mañana Roberto ya estaba en Madrid, en la casa de su madre. En Toledo comentó que había sucedido algo a sus familiares, y el regente le dejó marcharse.

Toda la familia se reunió en el salón. Marisol relató a su hermano sobre las amenazas de su primo segundo. Roberto se puso furioso.

– ¡Que canalla! – exclamó, cogiendo su espada, ¡aún no sabe con quién está tratando estos asuntos!. Vale la pena desafiarlo.

Marisol y Doña Encarnación le estaban mirando sin decir ni una palabra.

Al cabo de un rato el muchacho se calmó.

– No, creo que no es la mejor solución, – empezó a razonar, andando por el salón de aquí para allá, en su pesada armada de caballero que todavía no se había quitado – no se sabe si lo podré matar, y si se quedará vivo, quizás sería peor. Entonces, es cierto que va a lograr vengarse.

– Y ¿qué hacemos? – le preguntó Marisol, desesperada..

En aquel momento la muchacha vio a su sirviente Silvia en la puerta del salón, haciéndoles señales con la mano. Marisol salió para hablar con ella.

– ¿Qué quieres, Silvia? – la preguntó la muchacha.

– Señorita María Soledad, necesito comunicarle algo importante sobre su pariente. Por casualidad oí la conversación de ustedes. Espero que lo que le diga, les sirva de algo.

Marisol invitó a la sirviente al salón. Al principio Silvia se sentía incómoda, pero luego entró e hizo una reverencia.

– Mamá, Roberto, Silvia quiere decirnos algo importante sobre Jóse María, – dijo Marisol.

– Habla Silvia, no temas, – dijo Doña Encarnación.

La sirviente se envalentó y empezó a hablar.

– Hace unos días, cuando no había nadie en la casa, vino el señor Lopez, preguntando por la señorita Marisol. Le dije que no estaba, que todos se habían ido, entonces … – la chica se quedó callada.

– Continua, Silvia, te estamos escuchando – pronunció Roberto muy serio.

– El señor Lopez se me acercó y se puso a tentarme, – continuaba Silvia con pudor – luego me llevó a una habitación y me dijo que si le obedecía y le pudiera complacer, me recompensaría.

Se calló. Todos esperaban a que siguiera su relato, muy atentos.

– Pues, ¿que sucedió luego? – le preguntó Roberto con impaciencia.

– En aquel preciso momento alguien entró por la puerta – fue su vecina, Doña Dolores. Entonces me dijo con voz baja: “Ya volveremos a nuestra conversación”, y se fue de la casa.

Silvia tomó aliento. Por un rato todos se quedaron callados.

– ¡Vaya canalla! – exclamó Roberto – bueno, ¡ahora, por lo menos, yo sé lo que debo hacer!

– Silvia, puedes irte, haz tus cosas, – le dijo a la sirviente Doña Encarnación.

– Con su permiso – le contestó la chica, hizo una reverencia y salió del salón cerrando la puerta detrás de sí misma.

Roberto se levantó de su sitio y volvió a andar por la habitación.

– José María también es uno de los caballeros de Su Majestad, – se puso a razonar el muchacho – voy a informar al regente que cortejaba a mi hermana y a su criada a la vez. Será suficiente para juzgarlo y enviarlo a la prisión, o exiliar del país, quizás a las colonias – añadió.

– Pero no me intentaba seducir, como lo hizo con Silvia, simplemente me amenazaba, – replicó Marisol.

– No importa, hermana – dijo Roberto – Bien, así lo suprimimos, no importa de qué manera, bien, puede enviar a todos nosotros al fuego de la inquisición, y ni siquiera el mismo rey nos ayudaría, ya que los legados del Papa no le someten. Ahora mismo salgo para Toledo. ¿Cuándo debe aparecer este tipo en la casa?

– Dentro de dos días – contestó Marisol con voz baja.

– Perfecto – dijo Roberto. Ya me estoy yendo. Mañana por la tarde llegaré llevando conmigo otros caballeros. Ya le derrocaremos.

Salió del salón. Doña Encarnación mandó a los sirvientes que dieran de comer a su hijo.

Después del desayuno le ganó el sueño ya que había estado en vela toda la noche. Sin embargo al cabo de dos horas ya estaba de pie, se despidió de todos, montó a su caballo y se puso a correr a todo correr hacia Toledo.

Al cabo de dos días Marisol y Doña Encarnación en el salón de su casa estaban esperando la visita de José María. En la habitación de al lado estaban escondidos Roberto con otros caballeros que habían venido de Toledo.

Cerca de las diez de la mañana su dichoso primo segundo apareció, vestido con traje azul, de calcetas oscuras, con su espalda a la talla. Al dejar su caballo cerca de la entrada, entró la casa y se dirigió directamente al salón donde lo esperaban Marisol y Doña Encarnación sentadas en los sillones grandes de color gris a ambos lados de la chimenea. Hizo reverencia, para observar las conveniencias, y acercándose a Marisol, le preguntó sin rodeos:

– ¿Has pensado en lo que te dije hace tres días?

La muchacha asintió con un movimiento de la cabeza.

– No me casaré contigo, José María – le contesto Marisol con voz de hielo. – No te amo.

– Pues, perfecto – pronunció José María con soberbia – no quieres que sea por las buenas, que sea por las malas.

Se acercó a la muchacha y le cogió del brazo con rudeza.

– Bien, te vas conmigo, bien, ahora mismo escribo una denuncia a la inquisición.

La intentó arrastrar detrás de si. La muchacha se puso a gritar. Doña Encarnación se lanzó en su ayuda.
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