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Sabor al amor prohibido. Crónicas del Siglo de Oro

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2018
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– ¡ Elena, hermanita mía!

Hacia las chicas se acercó en su caballo un esbelto jinete. El muchacho se desmontó sin soltar las bridas e hizo una reverencia.

– ¡Enrique, hermano mío! – le contesto Elena, abrazando al muchacho – ¡qué alegría!

El joven, vestido con la armadura de caballero, parecía muy simpático y amable, era de estatura media, delgado, incluso esbelto y de ojos grises.

– Elena, ¿cómo es que estás aquí? – le preguntó a su hermana. – Y ¿quién es esta muchacha tan hermosa que está a tu lado? – añadió mirando con una sonrisa a Marisol.

– Ah! ¡te la presento! – exclamó Elena. – Marisol, este es Enrique, mi hermano, está aquí cumpliendo el servicio militar, es caballero de Su Majestad; mira ¡esta es Marisol Echevería de la Fuente, mi amiga! – añadió, volviendo la cabeza hacia Maria Soledad. – Estudiamos juntas en el monasterio, su familia tiene aquí una finca y estoy de visita en su casa.

Se volvió hacia el administrador, Don José, que mantenía sus ojos puestos en las chicas, recordando y respetando las indicaciones de Doña María Isabel.

– Mira, este es Don José ¡que está cuidando de nosotras, por si nos sucediera algo!

Todos los presentes se echaron a reír; entre tanto, el caballero joven no apartaba sus ojos de Marisol.

– ¿Qué le parece todo por aquí, en Córdoba, le gusta? – le preguntó.

La chica se confundió y agachó la vista.

– Sí, me parece hermoso todo lo que he visto por aquí, sin embargo hoy acabamos de llegar y aún no hemos visto muchas cosas.

– Bueno, ¿qué pasa? – dijo Enrique, – con su permiso, les enseñaré Córdoba, todos los lugares de interés que hay en la ciudad y sus alrededores, cuando tenga un día de descanso.

– Marisol, ¿podemos invitar a Enrique a visitar su finca? – preguntó Elena con ánimo.

– Creo que sí, – contestó la chica, pero hay que advertir a la abuela.

– Dentro de cinco días tengo un día de descanso, ¿podríamos vernos?, – le preguntó Enrique a Marisol.

– Voy a decir a la abuela que usted es hermano de Elena y quiere visitarnos, ¡creo que dará su permiso! – contestó ella.

– Bueno, ¡así quedamos! – el muchacho se alivió. Era obvio que le gustara la amiga de Elena y quería volver a verla.

Entre tanto, Don José les hacía signos de que ya era tiempo para volver a casa, así que las chicas subieron al coche.

– ¿Puedo acompañarles hasta la puerta de la ciudad? – preguntó Enrique montando a su caballo de un salto.

El coche se puso en marcha y se dirigió hacia la salida de la ciudad; acompañada por el hermano de Elena, las chicas soltaban risillas, mirándose una a otra con aspecto enigmático, pícaro y simpático, mientras estaban yendo junto a él, y ya cerca de la puerta Enrique se despidió prometiendo visitar la finca de Marisol al cabo de unos días.

– Bueno, ¿qué te pareció mi hermano? – sopló Elena a Marisol al oído con un aspecto conspirativo, ¿te acuerdas cómo te miraba?, ¡parece que ha puesto los ojos en ti!

– Tu hermano es muy simpático y galante, produce una buena impresión, – contestó Marisol de una forma evasiva, – aún no sé, ya veremos.

Sin embargo, era obvio que el encuentro con el hermano de Elena no la había dejado indiferente.

Al volver a casa, las chicas pidieron que les dejaran dormir juntas en el dormitorio de Marisol, pero antes de dormirse, las dos estuvieron susurrando y riéndose hasta la medianoche, acordándose de los eventos del día que ya había pasado. La vida les parecía una aventura fascinante y estuvieron saboreando los milagros que les esperaban.

Capítulo 3

El domingo en la finca de la familia de la Fuente estaban esperando a los huéspedes. Doña Maria Isabel daba indicaciones a la cocinera respecto a los platos que tenía que preparar. Se suponía que el hermano de Elena no llegaría solo, sino que llevaría consigo a un amigo para presentárselo a su hermana.

Marisol se puso un vestido azul claro que le sentaba muy bien a su esbelta figura, y que matizaba su piel blanca y suave. El vestuario de Elena era de color beige claro. La chica era más fuerte y gruesa que Marisol, pero tenía una figura muy elegante y los contornos de su cimbreño cuerpo hacían suspirar a muchos caballeros jóvenes.

Marisol se encontraba muy agitada, pues era la primera vez en su vida que tenía por delante una cita con un muchacho que le había prestado atención, y pensaba que quizá a ella le cayera bien al volverlo a ver.

Los visitantes llegaron justo a la hora de la comida. Enrique en efecto trajo consigo a un amigo, se llamaba Ramón del Castillo y era hijo de uno de los terratenientes más ricos del país. El muchacho era alto y flaco, de pelo denso de color negro y de facciones agudas. Los dos muchachos tenían veinte años. Enrique y su amigo vinieron sin armadura de caballero, vestidos con chupas elegantes.

Al tenerlo cerca Marisol pudo observar mejor al hermano de Elena. Era bastante atractivo, tenía la cara morena, cubierta por el bronceado del sur y el muchacho era muy esbelto, de muy buena estatura, igual que su hermana.

Los jóvenes caballeros saludaron muy amablemente a Doña Maria Isabel y le hicieron regalos, dulces de Levante, preparados por los mejores pasteleros de Córdoba.

Enrique presentó a los dueños de la finca a su amigo, abrazó a su hermana, después hizo una reverencia a Marisol; la chica le contestó de la misma manera, bajó la mirada, y desde aquel momento el muchacho ya no apartaba la vista de ella.

El amigo de Enrique era un charlatán muy alegre, que bromeaba sin parar dando cumplidos a las damas. Elena apenas le prestó atención, pero por educación demostraba su amabilidad hacia él, según lo requerían las reglas de etiqueta.

La mesa para la comida fue hecha en el patio. Sirvieron cerdo al horno, platos de judías pintas, exquisitas empanadas que la cocinera de la finca sabía preparar como nadie, así que todos disfrutaron de su guiso. Había también frutas traídas de las colonias, vino y dulces.

Doña María Isabel se puso a preguntar a los muchachos sobre su servicio militar, y estos con mucho gusto le relataron varias historias divertidas de su vida.

Al terminar la comida, la abuela continuó charlando con Ramón y Elena, y mientras Enrique se acercó hacia Marisol, se alejaron de los demás al fondo del patio y se sentaron en un banco bajo el granado.

– Usted es muy guapa, Marisol, – dijo Enrique, cogiendo la mano de la chica y besando sus dedos. – Usted me cae bien, noto que es algo diferente y me parece especial.

Marisol advirtió que la abuela de vez en cuando, les echaba una mirada y apartó su mano de sus dedos.

– ¿Me permite usted visitarla a veces? – la preguntó el muchacho.

– Está bien, me alegraré de verle, y creo que mi abuela también.

– ¿Tiene usted novio? – le preguntó Enrique de súbito.

Entonces Marisol se quedó confundida, y le explicó que Elena y ella acababan de salir del monasterio donde habían estado encerradas durante unos años estudiando diferentes asignaturas, que acababan de llegar a la finca, y que aún no tuvieron tiempo para conocer a alguien más.

– ¿Entonces puedo ser yo su novio? – volvió a preguntarle el muchacho, de nuevo cogiéndola de la mano y mirando sus ojos.

Marisol se sintió incómoda, pues no esperaba oír estas palabras tan pronto, y además sentía que era muy joven, casi una niña.

Al ver su confusión, el muchacho le comentó:

– Me faltan dos años más para completar mi servicio a nuestro Rey, en cuanto lo acabe, me acercaré a Madrid, a su casa, para pedir su mano.

– De acuerdo, – le dijo Marisol muy bajito, pues aún no sabía si le gustaba o no en tal avatar. Le caía bien el muchacho ¡pero durante este tiempo podrían pasar muchas cosas!

Continuaron sentados en el banco un poco más. Marisol estuvo hablando a Enrique sobre sus estudios en el monasterio, sobre la severa disciplina que reinaba allí, y le relató cómo los alumnos de vez en cuando intentaban violarla, para conseguir sentir que tenían un poco de libertad.

Se reían. Y también Marisol le comunicó al muchacho que quería cantar en un coro de iglesia.
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