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Sabor al amor prohibido. Crónicas del Siglo de Oro

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2018
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– Hola Enrique! – le saludó la chica con una alegría fingida – he venido para visitar a tu hermana ¡pero me alegra mucho verle!

– Hola Marisol – le contestó el muchacho evitando mirar su ojos – también me alegro de nuestro encuentro.

Marisol le observaba con una mirada interrogadora, pero era obvio que Enrique no estaba dispuesto a continuar la conversación.

– Perdóneme, tengo mucha prisa – farfulló – no tengo tiempo, y con estas palabras se montó de un salto en su caballo que le estaba esperando cerca de la entrada, y desapareció de la vista tras doblar la esquina.

Marisol se sintió como si le hubieran dado una bofetada; callada, se subió al coche y volvió a casa.

Al verla llegar, Doña Encarnación se alarmó por notar como estaba, en tal estado de ánimo.

– Mamá, acabo de ver a Enrique – le dijo la chica a su madre en voz baja, pero no se puso alegre por verme, ni siquiera tuvo ganas de hablar conmigo y apenas si me saludó.

Doña Encarnación suspiró dolorosamente.

– Bueno, quizás así sea mejor, hija mía, ya ves que no tiene ningún sentimiento hacia ti. Te has liberado de tus ilusiones. Enrique es un joven calavera. Ten en cuenta, que su familia no es rica, así que quizá sólo por eso él tuviera un interés hacia ti, o tal vez le hizo perder la cabeza una señorita liviana. Intentaré saber algo de ella, conocer algo, lo que sea, ya veré. Su hermana es igual, le gusta estar en el centro de atención de todos y enamorar a los demás de ella.

Doña Encarnación se quedó callada un rato.

– Lo que sientes, es penoso y doloroso, pero se te pasará, mi hijita – dijo cariñosamente a la chica – ahora te das cuenta quien es realmente Enrique Rodríguez Guanatosig. No es tu pareja, olvídate, ni siquiera vale lo que vale tu meñique, aún eres joven, estoy segura que ya encontrarás a un buen hombre de quien te enamorarás, con quien te casarás y tendrás una buena familia.

Marisol entonces se acordó, de que ya había oído de su madre estas palabras hace dos años, cuando estaba enamorada del cantante del coro de iglesia. Se puso a sollozar, y Doña Encarnación la abrazó intentando consolarla.

– Mamá ¿me permites que me vaya a Andalucía, a nuestra finca? – le preguntó la chica, al cesar de llorar – allí me sentiré mejor.

– Claro que sí, mi hijita – le contestó la madre – pero quiero recordarte que pronto se celebrará un baile en la casa de nuestro alcalde que se organiza por motivo de la boda de su hija. Las mejores familias de Madrid han sido invitadas, así pues, tenemos que asistir. Quizás, en este baile encuentres a un hombre decente de quien te enamores.

– Está bien, mamá – le dijo Marisol con voz baja. – pero luego me iré inmediatamente ¿vale?

Capítulo 8

Faltaba sólo un día para el baile de la ciudad, y en la casa de la Fuente se realizaban preparaciones a toda marcha, para este acontecimiento. Marisol e Isabel estaban probándose nuevos vestidos y adornos.

Roberto, su hermano mayor, que había venido a casa para el fin de semana, también iba con todos. Los sirvientes estaban limpiando su capa y traje de ceremonia.

Marisol protestaba y se auto-regañaba probándose el vestido de corsé con rudas varillas en la espalda, arcos en las caderas y el duro collarín ondulado de algodón que le apretaba el pescuezo. Así era la moda en aquella época, y todas las damas nobles tenían que seguirla..

– ¿Quién inventó todas estas varillas y arcos? – decía la chica, muy molesta, – ¿acaso no se puede llevar la ropa, sin que tenga todas estas cosas?

– Así es costumbre, mi hija, – le decía Doña Encarnación tratando de tranquilizarla – pertenecemos a la alta sociedad y debemos cumplir sus requisitos.

– No me gusta nada esta sociedad, son todos tan falsos y envidiosos, todos fingen pretendiendo ser lo que realmente no son, pero por sus adentros quieren humillarte o hacerte daño y de esta manera destacarse y llamar la atención.

– Marisol ¡qué cosas dices! – exclamó Doña Encarnación asustada – ojalá nadie te oiga! Sé que eres lista, distinta de los demás, pero ¡ten cuidado! ¡No atraigas la atención hacia tu persona!, cumple por lo menos, las principales reglas de urbanidad. Los espías de la Inquisición se encuentran por todos lados buscando a quien más mandar al fuego, y además hay muchas personas envidiosas que en cuanto puedan, aprovechan tus palabras para calumniarte ¡no sabes cuánto me preocupo por ti, Marisol!

– Está bien mamá, intentaré parecer así como se debe, aguantar estas miradas y cortejos hipócritas ¡ojalá pronto se termine todo para que yo pueda retirarme a nuestra finca cerca de Córdoba! Allí me siento bien, – refunfuñaba Marisol – no hace falta llevar estos horribles vestidos de corsé, peinarse de la misma manera, igual que los demás, sonreír y adular a todos incluso cuando alguien te parezca antipático!.

– Ay mi hija, mi hija – le contestó Doña Encarnación suspirando – ¡ten cuidado, mi niña, te lo ruego!

– Pues estoy de acuerdo con Marisol – se metió en su conversación Isabel – ¡eso es justo lo que dice mi hermana!

– Vaya, ¡tú también! – exclamó la madre de las chicas -!cállate por Dios!

La hermana menor de Marisol aún no había experimentado decepciones de amor; estaba muy contenta con el hecho de que se la hubieran llevado del monasterio para vivir las vacaciones. Y el baile le parecía una aventura divertida.

Al día siguiente, el coche que llevaba toda la familia Echevería de la Fuente – menos al hijo menor, quien se había quedado en casa con su abuela – llegó al Palacio del alcalde.

Aquí, cerca de la entrada, reinaba un bullicio increíble. A cada rato venían coches nuevos de donde se bajaba la gente, todos emperifollados aparatosamente, riéndose, charlando, saludando y dando reverencias a los demás.

El mismo alcalde recibía a sus huéspedes enfrente de su casa, al verlos saludó con alegría a toda la familia Echevería de la Fuente; estos entraron al palacio dirigiéndose a la sala principal, decorada con terciopelo azul, donde ya se había reunido mucha gente. Al lado, se encontraba otra sala, más pequeña, en donde sobre las mesas grandes para los invitados habían sido servidos varios aperitivos a los invitados, para su agasajo.

Roberto llevaba a su madre tomándola del brazo. Marisol e Isabel se mantenían juntas.

En la sala Doña Encarnación enseguida encontró a unas amigas, con quienes entabló una conversación. Roberto, que también descubrió por allí a muchas personas conocidas, desapareció por algún sitio. Y mientras tanto, Marisol e Isabel observaban a los visitantes.

En la parte opuesta de la sala, la chica vio a la familia Rodríguez: Don Luis, Elena y Enrique. Elena, vestida de rojo, estaba ocupada conversando con dos galantes caballeros, mientras su hermano, de traje muy elegante, se encontraba en compañía de la misma señorita rubia, a quien Marisol había visto una vez durante su paseo en el parque. Y parecía estar totalmente absorto con su amiga, sin notar a nadie alrededor de si.

Elena, entre tanto, captó la mirada de Marisol y le saludó con la cabeza, pero no se acercó a su amiga, sino que volvió a la charla animada con sus galanes.

“Vaya, nuestra amistad se encontró en otra ocasión!”, – pensó la chica pesadamente. Sin embargo, se distrajo hablando a su hermana sobre los allí presentes, a quienes conocía. La chica se sentía muy incómoda en su vestido de espolín gris, de corsé, peinada con raya recta, al igual que las demás damas y se daba cuenta que tenía que abandonar este lugar lo más pronto posible.

Entre tanto, apareció en la sala el anfitrión del festejo, anunciando el matrimonio de su hija y el inicio de baile, y entonces los músicos empezaron a tocar un menuete.

La primera pareja que salió al centro de la sala, eran los recién casados, Mercedes Alvares, hija del alcalde, y su esposo Fernando de la Cuesta. La muchacha era rubia, vestida de espolín blanco, y su esposo un joven muy galán, alto, esbelto y moreno.

Los caballeros empezaron a invitar a las damas, y pronto la sala se llenó con las parejas del baile. Entre ellos Marisol vio a su hermano que había invitado a la hija del juez, a Elena bailando con uno de sus galanes, y a Enrique con la misma chica.

Pero nadie invitó a bailar a Marisol e Isabel.

La hermana menor de la chica aún tenía trece años – era su primer baile; estaba mirando a todos con curiosidad entreteniéndose en la fiesta.

Sin embargo Marisol se puso sombría,”¿acaso estoy tan mal arreglada que nadie me presta un poquito de atención?” – pensó con tristeza.

Doña Encarnación dejó de charlar con sus amigas y se acercó a sus hijas. La mujer observó que Marisol no apartaba la vista de Enrique.

– La señorita con quien está bailando el menor, señor Rodriguez, es Laura María Ramírez, hija de uno de los nobles más ricos de Valladolid. El año pasado Enrique estaba allí por asuntos de su servicio militar y le hizo perder la cabeza ¡ella es un buen partido para un caballero empobrecido! La chica se enamoró de él hasta tal punto, que aceptó la invitación de visitar nuestra ciudad de provincia, ya que por aquí tiene parientes lejanos. Como usted ve, Enrique no se aparta de ella, y es ya tan evidente que incluso su madre ha llegado. Quizás, pronto se anuncie el noviazgo.

Marisol suspiró. Entre tanto terminó el baile, observó que las chicas volvían la vista, y de repente se encontró a su lado a su primo segundo, Jose María, que ya había pedido la mano de Marisol, este le hizo reverencia y la invitó a otro baile. Aunque a la chica le desagradaba enormemente su propuesta, sabía que sería indecoroso negarle, y por eso, tras suspirar, tuvo que aceptarla.

Terminado el baile, Marisol vio que Enrique acompañado de su dama se dirigieron a la sala vecina donde había entremeses. Entonces se sintió, de súbito, que una ola de celos se apoderaba de ella.

– Me gustaría tomar un bocado – le dijo la chica a José María que estaba a su lado. – ¿no quiere acompañarme?

El hombre se quedó sorprendido, pero no lo demostró.

– Con mucho gusto, señorita – le contestó y la cogió por el codo.

Salieron juntos a otra sala, por allí aún no había mucha gente, y la chica vio a Enrique en compañía de su amiga, al lado de una mesa, con una copa de vino y algo de entremeses en la mano. Los dos estaban charlando muy animadamente.
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