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Sabor al amor prohibido. Crónicas del Siglo de Oro

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2018
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Marisol y Jose María se acercaron a otra mesa. Enrique, al fin, prestó entonces atención a la chica y la saludó con un movimiento de la cabeza. Luego miró con asombró al hombre que la acompañaba.

Marisol se animó. En aquel momento se dio cuenta de que le gustaría provocarle celos al muchacho. Se inclinó hacia José María, fingiendo que estaba prendida y encantada en una charla con él y que a Enrique no le importaría nada

– ¡Qué hermoso baile! – le dijo a su caballero con voz alta y bastante hipocresía, abanicándose.

– Me alegro de que le guste, señorita, – le contestó Jose María, y gracias por pedirme este favor de acompañarla. – Y de súbito le preguntó:

– ¿Se casará usted conmigo?

Marisol se quedó pasmada. Un silencio reinó alrededor de ellos. La chica notó que Enrique y su amiga, cesaron de hablar y se pusieron a mirarlos. Otros presentes también volvieron la vista hacia donde estaban situados.

Había que responder algo.

La chica entonces se dio un aire de coqueta y le contestó con viveza:

– Quizás ¡si usted se porta bien!

Marisol vio a la amiga de Enrique sonreír, y este se quedó hecho un lio por un rato, pero luego volvió en sí continuando su charla con Laura como si nada. Al cabo de un rato salieron, dirigiéndose a la sala de baile.

Mientras tanto, Jose María parecía contento.

– Haré todo lo posible para conquistar su confianza, – le dijo a la chica con reverencia.

Pero este hombre ya no le importaba más, así que Marisol de pronto, perdió todo su interés hacia él. Era obvio que su argucia no había resultado, pero, por otra parte ¿qué otra cosa había podido esperar? ¿intentaba acaso vengar a su novio antiguo?, por unos momentos creyó que crearía algo de interés hacia ella, mas sin embargo parecía que este se quedaba indiferente.

La chica se apresuró entonces a volver a la sala de baile, olvidándose de su caballero, este la persiguió, pero a Marisol en aquel momento sólo le daban ganas de liberarse de este hombre. Por suerte alguien le llamó, tuvo que dejarla, y la chica suspiró con alivio. Volvió junto a su madre y hermana. En la sala el aire le era ya muy pesado, así que por eso y por todo lo sucedido, Marisol se crispó.

Doña Encarnación miró a su hija con asombro. Entre tanto, empezó otro baile y dos jovenes de un grupo de caballeros que se encontraban cerca, invitaron a las dos hermanas a bailar. Marisol se alegró por que así podía distraerse un poco.

Al terminar el baile, el caballero de Marisol le hizo una reverencia y se apartó. La chica le dijo entonces a su madre que se ahogaba y que quería salir a la calle.

– ¿No quieres que Jose María te acompañe? – le pregutó su madre.

Las chicas salieron, y ya en la calle les alcanzó Roberto.

– Hermana mía, que te pasa ¿estás bién? – la pregunto a Marisol, muy alarmado.

Notó que no mostraba ningún gesto, ninguna expresión.

– Quiero volver a casa, – dijo la muchacha con voz cansada – no me siento bien. Qué Mariano me lleve, luego le mandaré a por ustedes.

– ¿Estás segura que así será mejor, hermana? – le preguntó Roberto otra vez.

E hizo un movimiento afirmativo con la cabeza, dirigiéndose al coche.

Roberto e Isabel la siguieron pues hasta que subiera al asiento.

– Cuando volvamos ya hablaremos de todo, – le dijo Roberto, cerrando la puerta del coche detrás de ella – no me gusta nada tu estado de ánimo.

Marisol les despidió con la mano y el coche se puso en marcha.

Al llegar no se acordaba como volvió a casa.

El portero la miró, sorprendido.

– ¿Usted está bien, señorita? – le pregunto con preocupación en la voz.

– No te preocupes, Hugo, no pasa nada – le contestó – me sentí sofocada en el baile, tengo ganas de acostarme en mi habitación, por favor ¡no me molesten!

El portero inclinó su cabeza con cortesía.

Marisol prosiguió hasta su habitación, se quitó su aborrecido vestido de corsé, vistiéndose con la suave bata de casa, se echó a la cama y se puso a sollozar. Luego se quedó profundamente dormida.

Capìtulo 9

Por la noche despertó a la chica Doña Encarnación.

– ¿Qué te pasa, mi niña? – le preguntó, alarmada, pasándole la mano por la cabeza. En sus ojos grises Marisol leyó una gran preocupación.

– ¿Qué hora es? – preguntó la chica, mirando a todos lados – no recuerdo como me dormí.

– Ya es de noche, está oscuro. No pudimos retirarnos del baile más temprano, habría sido indecoroso, – le contestó Doña Encarnación – tuve que explicar que te tenías dolor de la cabeza por no soportar el bochorno.

– Gracias, mamá.

– ¿Sigues sufriendo por aquel dichoso Enrique? – volvió a preguntarle Doña Encarnación.

– No lo sé, mama. Intentaba quitármelo de la cabeza, ya que comprendo que no vale nada, no es un hombre decente, pero cuando le ví con esta … – se quedó callada por un rato, – me puse mal. Además apareció este dichoso Jose María. No lo soporto, me parece muy antipático, y no sé porqué le invité a acompañarme a la sala de entremeses, por culpa de eso ahora va a perseguirme.

Doña Encarnación abrazó a su hija.

– ¡Pobrecita niña mía! Si, es verdad, nuestro pariente lejano es una persona muy desagradable. Tiene algo siniestro adentro. Es mejor que estés apartada de él. Intentaré a arreglarlo todo.

Las dos salieron de la habitación de Marisol, dirigiéndose al salón, allí les estaba esperando Roberto, sentado en el sofá.

– Marisol ¿cómo estás? – le preguntó a su hermana levantándose de su asiento – Todos estábamos muy preocupados por ti ¿qué te pasa, quién te hizo daño, hermanita?

– Estoy bien, mi hermano – le contestó la chica con voz baja, sentándose en un sillón grande, en el rincón del salón. Se veía que no tenía ganas de hablar.

Doña Encarnación se acercó a su hijo, le cogió del brazo y se sentó a su lado.

– Tu hermana está muy disgustada con Enrique Rodriguez – le dijo – porque se había portado mal con ella. Hace dos años, cuando Marisol y Elena, hermana de Enrique, estaban en nuestra finca en Andalucía, este hombre las visitaba varias veces y se prendió de María Soledad. Le propuso hacerse su novio y le prometió pedir su mano cuando cumpliera con su servicio militar, pero como ves, de momento está a punto de casarse con otra. Así son estos Rodríguez ¡personas de poca confianza!

Roberto se puso muy enfadado, se levantó del sofá e incluso se puso rojo de la ira.

– ¡Y este se llama caballero de Su Majestad! – exclamó con indignación.

El hermano de Marisol, normalmente, era un hombre bastante reservado y sabía controlarse a si mismo, pero de vez en cuando le sucedían reventones de rabia, y en aquel preciso momento no pudo mantener su calma. ¡Insultaron el honor de su familia! En estos asuntos Roberto era implacable y nunca lo podría perdonar.
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