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El craneo de Tamerlan

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2020
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– Sí. Ayer quería mostrártela. Ya va. – La muchacha abrió un cajón, sacó la foto y se la dio a Zakolov. – Mira, él está al lado de ese cuadro!

15.– La última fotografía de Kasimov

Con agitación, Tikhon tomó la pequeña foto y la miró con atención. Era incómodo observar el rostro vivo de alguien recientemente asesinado. Malik Kasimov miraba el objetivo como desafiando al observador y preguntándole: Yo soy una persona meritoria y tú, quién eres? La sombra que había a la derecha no dejaba ver las fotografías de ese lado de la pared, pero a la izquierda se veía claramente la foto que interesaba a Zakolov.

Tikhon acercó la fotografía a sus ojos, tratando de distinguir los símbolos en el cuadro.

– Tú no conoces el autor de esa pintura? – preguntó a la muchacha.

– No. No parece de la escuela europea y menos, oriental. Por lo menos en ningún museo de Tashkent está. Eso te lo aseguro. —

– Me imagino que en otros museos tampoco. Es posible que eso sea un fotomontaje. Kasimov era un profesional. —

– Y que te dice todo eso? —

– Si fue él mismo que escogió eso para tratar de decir algo, y en el contexto de la conversación sobre Tamerlán entonces… —

Entonces sonó el timbre del apartamento. Zakolov y Kushnir intercambiaron miradas preocupadas.

– La policía no puede involucrarnos tan rápido. – Tikhon trató de tranquilizar a Tamara, pero para sus adentros, pensó: “A menos que se lo hayan dicho nuestros misteriosos adversarios”.

Un nuevo timbrazo insistente puso a temblar a la muchacha. Zakolov tomó sus manos, calculando las posibles variantes. Los habrían visto en la casa de Kasimov o no? Dejaron huellas o no? Debimos habernos cambiado de ropa enseguida.

Enseguida después del tercer timbrazo se oyó la voz impaciente de Evtushenko:

– Tikhon, Tamara, soy yo, Sasha! —

– Como lo olvidé! – Zakolov se golpeó la frente y fue a abrir la puerta.

– No molesto? – sonriendo irónicamente, Evtushenko entró al apartamento.

Involuntariamente, Tamara se arregló el cabello.

– Donde estuviste? – Preguntó Tikhon, sin hacerle caso a la indirecta. – Si yo te contara! —

– Me fui a ver Tashkent. Somos turistas, no? Y ya que ustedes no me llevaron… —

– Pero no sirvió de nada. Si hubieras ido a la casa del cineasta y hubieras vigilado mientras estábamos adentro, muchas cosas serían más claras. —

– En la noche se va el tren. Lo recuerdas, no? —

– La noche es la noche. Ahorita es el día. – Gruñó Tikhon y, de nuevo, se dedicó a mirar la fotografía.

– Que es eso? – Se interesó Alexander. – Kasimov? —

– A mí no me interesa él, sino el cuadro. Pero la foto es muy pequeña. – Hay unos dígitos, pero son difíciles de ver. —

– Dígitos? – se extrañó Evtushenko. – Estamos jugando a los espías? —

– Por ahora, a los arqueólogos. Pero es un juego muy peligroso. Ya hoy mataron a una persona. —

– Kasimov. – dijo Evtushenko.

– Como lo sabes? Ya hablan de eso por ahí? – Se preocupó Tamara.

– Se me ocurrió, porque ustedes fueron para allá. —

– Tienes razón. Unas bestias lo mataron justo antes de nuestra llegada. En su casa encontramos solamente el cadáver. —

– La policía casi nos agarra! – dejó escapar Tamara. – Apenas pudimos salir.

– Vaya, vaya! Buen comienzo. —

– Así es. No pudimos hablar con Kasimov. Mira, él es quien está en la foto. Eso fue hace tres semanas, él estaba bien y sano. Esta, probablemente, es su última fotografía. – Decepcionado, Tikhon apartó la foto.

– Si es muy pequeña, entonces no hay sino que agrandarla. – propuso Alexander.

– Claro! Tamara, todavía tienes el negativo? Dónde está? —

– No fui yo quien la imprimió, sino nuestro fotógrafo de la redacción. Ni siquiera tengo el equipo de impresión. —

– Él te devolvió el negativo? —

– No. Para que yo lo querría. Él se quedó con el rollo. —

– Puedes llamarlo por telefono? Es necesario hacer ese agrandamiento inmediatamente. —

– Voy a llamarlo. Vamos a ver si está en casa. —

– Trabaja en su casa? —

– Román Kireev no es un trabajador fijo del periódico, es contratado, como yo. —

– Espera, voy a ver si no nos están escuchando otra vez. – Zakolov se asomó a la ventana y constató que el patio estaba vacío, entonces le dijo: – Puedes telefonearle. —

Tamara Kushnir marcó el número, le respondieron, coqueteó unos minutos con el interlocutor y, de repente, gritó:

– Román tiene los negativos! Que de qué tamaño quieres la foto? —

– Él vive lejos? —

– No mucho. —

– Dile que vamos para allá. Yo le mostraré. —

Rápidamente, Tamara se puso de acuerdo con Román y colgó la bocina. En sus ojos había chispazos de pasión cazadora:

– Tú crees que estamos en la dirección correcta? —
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