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El craneo de Tamerlan

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– Ok. Y entonces? —

– Al kan y a sus hijos no los vieron más nunca. Se dice que murieron en las trampas que ellos mismos ordenaron construir. Mi madre contaba que siempre hubo desesperados que querían hallar los tesoros que escondió el kan. Algunos hicieron aberturas entre el montón de cráneos, otros buscaron diferentes caminos, pero todo aquel que cayó en la Ciudad de los Muertos despareció sin dejar rastro.

– Y el tío Simeon de Moscú, también se dirigió hacia allá? —

– Él dijo que a él no le interesaba ningún tesoro. Él es un gran especialista de huesos y quería comprobar una vieja leyenda. Mi padre le mostró la vieja entrada al subterráneo la cual, Tamerlán, llenó con las cabezas cortadas. Pero este lugar, hace muchos años, lo habían tapiado con cemento, para quitarle la costumbre a todo el mundo de venir a probar suerte. Simeón simuló olvidarse de ese cometido, pero no fue así. Yo estaba pequeño y a mí me gustaba seguirlo. Él estudió todas las construcciones antiguas en la ciudad y, con frecuencia, llevaba instrumentos extraños, pero regresaba sin ellos. Algunas él fue al cementerio con mi papá y preguntaba cosas sobre las tumbas. Una vez fue, quien sabe dónde, y regresó con una caja pequeña metálica. Él estaba muy nervioso. Esa caja estuvo toda la noche en la casa. Yo recuerdo ese día. Esa fue la primera vez que mi papá le pegó a mi mamá. —

Bakhtliar calló. Averianov le dio un nuevo cigarrillo.

– De qué tamaño era la caja? —

– Ah? La caja? Como una caja para enviar cosas por correo, pero bien hecha. Era como un pequeño ataúd. Con una abrazadera arriba y una presilla por un lado. —

– Él la abrió? —

– No. Enseguida la metió bajo la cama. —

– Que más recuerdas de Simeón? —

– Al día siguiente, tomó la caja y se fue a la ciudad. En la casa había tristeza y yo, por costumbre, me fui tras él. Él se metió en una vieja torre de la fortaleza, yo no quise esconderme y entré también. Pero entonces sucedió algo extrañísimo. En la torre había una sola entrada. Simeón no salió por ahí, pero adentro tampoco estaba. Las paredes peladas, una escalera para subir; subí y llegué a un espacio techado y con almenas, no había nadie! El científico había desaparecido. —

– Pudo haber saltado. —

– Una persona no cabe por las almenas. —

– Y no lo viste más? —

– Claro que lo vi! Simeón volvió pero por otro lugar. En la mañana yo estaba en la casa y en la tarde fui al cementerio, donde mi padre. Yo quería que mis padres se contentaran. Mi papá salió del cementerio de último, cuando me lo llevé a casa. Nosotros ya estábamos cerca de la salida cuando, de repente, Simeón, desde adentro, nos alcanzó. Él estaba sin la caja y todo lleno de tierra, como si hubiera salido de una tumba. Mi padre estaba disgustado y no puso atención a eso, pero Simeón sonrió y dijo que ya había cumplido su asunto y se iría al día siguiente.

– Se fue? —

– Si, al día siguiente. Yo me quedé pensando: “Como llegó al cementerio?”. Desde la ciudad no podía llegar, está en el otro extremo. Yo recordaba la dirección, desde la cual, él llegó a las puertas. Ahí, en una esquina, estaba una cripta abandonada. Yo fui hasta allá, la lápida estaba ladeada, miré el interior y, en vez de un muerto lo que había era un vacío negro. —

– Como que un vacío? —

– Un hueco! El fondo no se veía. Yo creo que era una entrada a la Ciudad de lo Muertos. —

Averianov ladeó la cabeza para mirar a Bakhtliar y, por supuesto, le preguntó:

– Claro que entraste ahí, no? —

– Al principio me dio miedo entrar, pero al mes fui ahí de nuevo, moví la lápida y miré el foso profundo, parecido a un pozo. No quería bajar solo y se me ocurrió algo. Nosotros teníamos una perra, Zhulia, la cual tirábamos en cualquier lado, pero ella siempre volvía a casa. Yo la bajé a la fosa. Los primeros días ladraba, mirando hacia arriba. No le dí ni agua ni comida así, que tuvo que meterse más adentro. Yo pensé que si ella encontraba otra salida, volvería a casa. Era una perra muy inteligente. Si ella volvía al pozo, yo la hubiera sacado. Y la esperé una semana, pero Zhulia no volvió. —

– Y tú no te arriesgaste? —

– Nooo, jefe. Yo recordaba muy bien los cuentos terribles de mi mamá sobre la Ciudad de los Muertos. – Literalmente, Bakhtliar volvió a los recuerdos de su infancia, pero enseguida se compuso y volvió a ser el duro convicto.

– Me mostrarías ese pozo? —

– Todavía tengo siete años para pasar aquí. – se sonrió Ashmuratov.

– Te ayudaré a salir de aquí si bajas a ese pozo y encuentras la caja metálica que tenía Simeón. —

Bakhtliar se rio nerviosamente.

– No jefe. Yo todavía quiero vivir. Búscate otros pendejos. De la Ciudad de los Muertos nadie ha regresado. —

– Y Simeón? Como lo consiguió él? —

– Pregúntale. —

– Está muerto. —

– De muerte natural? —

– No exactamente. —

– Viste? Los espíritus malos de la Ciudad se vengaron. —

Grigori Averianov se disgustó.

– No me vengas con esas estupideces de espíritus! Tú lo que tienes es miedo. Muéstrame dónde está ese pozo y yo consigo unos tipos más arrechos que tú! —

– Candidatos a morirse siempre sobran. —

– Entonces, vas a decirme donde está el pozo? —

– Oye jefe, tenemos pocos cigarrillos. —

Averianov sacó la caja de cigarrillos, ya abierta, y trató de entregársela al convicto.

– Eso es poco. Jefe. —

– Te voy a dar veinte cajas. —

– Y cañita nunca tenemos. El cuerpo lo pide. —

– Dime donde está el pozo y tendrás licor. —

– No me estás engañando? —

– Yo no soy policía. —

– Lo adiviné. Dame un papel. Aquí está la muralla de la ciudad y aquí el viejo cementerio. En la esquina había una cripta, pero en vez de una tumba hay una fosa profunda. Mi padre me dijo que, en tiempos antiguos, así escondían los pozos de los enemigos. Pero yo te digo que ese hueco no se parece a un pozo. Por ahí salió Simeón.

12.– El cadáver en el sillón

Cuando constató que era una persona muerta lo que estaba frente al parpadeante televisor, Tikhon Zakolov palideció de terror. Él había olvidado completamente que a su espalda estaba la puerta de la entrada principal, la cual él no se había molestado en revisar.
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