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El craneo de Tamerlan

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– Tamara, antes de la cena, tu querías decir algo importante. —

– Sí. Pero antes, dame tu palabra de que, sin falta, me vas a ayudar. —

– Voy a tratar. —

– No. Debes prometerlo. —

Tikhon quiso decir que él no le debía nada a nadie y, que no estaba en sus principios el jurar. Pero la bella muchacha estaba sentada tan cerca, y de ella salía tal carga de insistencia, que lo más fácil era aceptarlo.

– Prometo ayudarte. No me gusta, en absoluto, cuando agreden, injustamente, a periodistas. —

– Solo por eso? —

– Tampoco estoy acostumbrado a negarme a bellas muchachas. —

– Y tienes muchas? – Tamara rio, burlona. – Está bien Zakolov, no te avergüences. Yo sé que ahora estás solo. La primera vez tú te enamoraste a los diecisiete años, pero tu novia murió. —

– Te preparaste bien para el encuentro. – Tikhon se sorprendió.

– Es la profesión. —

– Puedes sugerir a tu amigo el físico probar su aparato en tu campo energético. —

– Se saldrá de escala y se romperá. – La muchacha se carcajeó. Pero enseguida se puso seria y agregó, con tristeza: – No es amigo mío. Es solo un conocido. Los periodistas deben tener muchos conocidos. Por cierto la mayoría de ellos me ignora claramente. Antes, el teléfono no dejaba de sonar y ahora, pasan días y ni una llamada!

– Por eso te dirigiste a mí? —

– Nooo. Si es necesario, yo convenzo hasta un muerto. Pero el asunto es que ninguno de mis conocidos está en condiciones de ayudarme. —

– Y eso por qué? —

– No son los apropiados. Alguno es inteligente, alguno, fuerte y otro, valiente. Y yo necesito una persona más completa, que tenga todo eso y además, generoso. Como tú!! —

– Me imagino que tu hermano te habló maravillas de mí. Y si exageró? —

– Dmitri? No lo conoces! Ese, primero se burla de alguien antes de halarle mecate. —

– Ok. Basta de cumplidos. Vamos al asunto. —

– Bien. Solo esperaba esto. —

– Entonces cuenta. Que te dijo el cineasta? —

– Malik Kasimov me habló, en secreto, de un hecho fundamental. —

Tamara calló, de manera significativa. Y Tikhon no pudo aguantarse.

– Vas a seguir con el teatro? Esas pausas… —

– Él me dijo que el cráneo de Tamerlán fue enterrado después. —

– Ya dijiste eso en el artículo. —

– Pero yo no escribí lo más importante. – Los ojos de la muchacha se abrieron más y, otra vez, acercó su rostro.

– Vas a hacer otra pausa? —

– El cráneo de Tamerlán fue enterrado aparte. —

A Zakolov le pareció que oyó mal.

– Aparte del resto del cuerpo? —

– Sí. —

– Y eso por y para qué? —

– Esa pregunta se la hice a Kasimov. Estuvo indeciso un rato pero yo le insistí. A mí me pareció que tenía dos sentimientos encontrados. La idea obsesiva de su culpa particular en el comienzo de la gran guerra y el enorme deseo de compartir con alguien el peligroso secreto. —

– Curioso. —

– Y como! A mí, como periodista me pareció mucho más curioso. Y entonces lo provoqué. —

– Lo provocaste? —

– Bueno, no literalmente. Hay diferentes truquitos periodísticos. —

“Y también femeninos”, mentalmente añadió Tikhon. Y preguntó en voz alta:

– Y entonces, de que te enteraste? —

– El científico, al cual encomendaron preparar el entierro, se enteró de la fuerza maligna del cráneo de Tamerlán y no quiso que ese cráneo, alguna otra vez, se utilizara para desencadenar una guerra, aunque fuera victoriosa. Él consiguió esconderlo de todos en un lugar completamente desconocido. Este científico quiso compartir el secreto con Kasimov pero no logró hablar con él. El científico murió antes de ese encuentro y, probablemente, no sin la ayuda de miembros del KGB. —

– Se ve esperanzador el comienzo. Como buscamos el escondite? —

– Aparentemente, el científico dejó una pista para que las futuras generaciones llegaran a ese lugar. Pero no es cualquiera que puede desenmarañar esa pista. —

– Eso te lo dijo Kasimov? —

– Si, y él está convencido de eso. Pero él no sabe dónde buscar estas pistas. Aunque es posible que esté ocultando algo. A mí me pareció que él mismo quiso hallar el cráneo, pero dudó de su convicción. Él piensa que para emprender esa búsqueda, solo el cerebro no es suficiente. Se necesita también valentía, decisión, velocidad de reacción y suerte. Ahora entendiste por qué pensé en ti? —

– Gracias. Pero en ese examen, una mala calificación puede ser perder la cabeza. —

– Zakolov, por lo que veo, parece que tienes miedo. —

– En esa oscuridad no se puede ver nada. No siquiera desde cerquita. – Disimuladamente, Tikhon se había separado del contacto estrecho de la muchacha. – Déjame cerrar la ventana y prendemos la luz. —

El estudiante se levantó del cómodo diván, se dirigió a la ventana y descorrió la cortina. Entonces quiso hacer una fuerte aspiración de aire fresco. La mano se estiró hacia el batiente abierto pero se detuvo inesperadamente. Abajo sonaron piedrecillas, a la derecha se percibió una sombra y se escucharon pasos apurados. Tikhon se asomó mejor y logró notar una silueta oscura que desaparecía en la esquina. No quedaban dudas que alguien había estado bajo la ventana y había escuchado la conversación.
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