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El craneo de Tamerlan

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El muchacho se preparó bien para esta conversación, pensó Zakolov. A la muchacha la castigaron injustamente. Y efectivamente él iba a ir a Tashkent. En el comité del instituto habían repartido pasajes gratis para el tren turístico Tashkent-Samarkanda-Bujara-Khiva. Tikhon y Alexander Evtushenko habían decidido ir para ver las curiosidades del Asia media. El viaje estaba previsto para los días de vacaciones de Noviembre.

– La maldición de la tumba de Tamerlán. – Una vez más Tikhon, mentalmente, leyó el título. El artículo le había interesado. Estaba escrito de una manera muy amena y a una persona, no tan despistada, debería producirle una fuerte impresión. – Pero, sabes, yo no creo en el misticismo. —

– Algo semejante ya había sucedido. Mira la notica al final del artículo. —

Al final del artículo se encontraba el agregado:

LA TERRIBLE VENGANZA DE TUTANKAMON

“Hay historias conocidas y otros sucesos, después de la apertura de las tumbas faraónicas, en los que se hicieron realidad unas maldiciones enigmáticas. El misterio de los faraones egipcios perturba a la humanidad hasta ahora. En 1922 fue hallada la famosa tumba del faraón Tutankamon. En la entrada del santuario los arqueólogos detectaron una advertencia: “La muerte alcanzará a todo aquel que perturbe el descanso del Faraón”. Pero esto no los detuvo. Al lado del sarcófago los científicos vieron la tablita que decía: “El alma de nuestro Faraón le torcerá el cuello al intruso de la tumba como si fuera el cuello de un ganso”. Pero los arqueólogos ingleses no se sintieron identificados con intrusos. Las consecuencias fueron muy lamentables. El conde de Carnarvon, jefe de la expedición, junto a doce de los miembros de ésta, tuvieron una muerte horrorosa provocada por una enfermedad inexplicada. Hasta el encuentro con la momia ellos estaban muy sanos y con mucha alegría de vivir. El alma del faraón los castigó durante seis años después de la apertura de la tumba. Pero la venganza del faraón no se terminó ahí. La muerte alcanzó a muchos de los que transportaron el sarcófago y trabajadores de museos.

Un destino similar esperó a otros cazadores de momias egipcias. En 1973 murieron doce miembros de la expedición antropológica polaca. Ellos murieron después de encontrar la tumba de otro faraón. Inclusive la medicina moderna no pudo salvarlos”.

Tikhon Zakolov apartó el periódico. Historias sobre los faraones él había escuchado, pero esas muertes extrañas se las atribuían a bacterias antiguas, que se conservaban en los sarcófagos, para las cuales el hombre contemporáneo había perdido inmunidad.

A la puerta cerrada tocaron con insistencia. Tikhon le devolvió el periódico a Dmitri, se levantó y abrió la puerta. Era Alexander Evtushenko quien desde el umbral sacudía una garrafa de plástico con un líquido denso y opaco.

– Miren, esta es la nueva goma de pegar sintética: “Araña”. Se le puede agregar algo orgánico como tela de araña y continuar experimentando. —

– Yo estoy listo! – gritó Zakolov frotándose las manos. – La tela de araña ya la recogí. —

Evtushenko metió la tela de araña en la garrafa y cuidadosamente removió todo el contenido. Sus ojos brillaron tras sus anteojos.

– Cuando? —

Tikhon miró la araña saltadora que se balanceaba colgada de un hilo delgado y decidió:

– Ahorita. —

Puso un poco de la goma en su palma y se la restregó en ambas manos. Separó los dedos y esperó a que el líquido viscoso se secara. Tomó más goma y la esparció. Cuando ya había hecho el procedimiento cinco veces Tikhon informó que estaba listo para el experimento y salió al balcón. Enseguida pasó la barandilla y pegó las manos a la pared de ladrillos del instituto.

– Que te pasa? Es que quieres andar por las paredes como una araña? ‘Dmitri Kushnir estaba asombrado.

– Y por qué no? —

– Estás loco de bola! —

– Ahora lo sabremos. —

Zakolov movió la pierna izquierda hacia afuera. La derecha continuó apoyada en el borde del balcón.

– Por ahora aguanta. – Tikhon bromeó hacia los muchachos tensos.

Lentamente se separó del balcón y cambió el peso del cuerpo de la pierna estirada a las manos. La goma aguantaba bien porque el pie se sostenía apenas con la punta en el saliente del balcón. Cuando se sintió seguro Zakolov quitó el pie. Su cuerpo quedó colgado de la pared sostenido solo a cuenta de las manos pegajosas.

– Bien, – Dijo suavemente Evtushenko escondiendo, a duras penas, la emoción alegre que sentía.

– Voy a tratar de bajar por la pared moviendo las manos. —

– No lo hagas, es muy peligroso. —

– Claro que es peligroso. – Tikhon respondió, imperturbable.

Separó la mano derecha de la pared y la pegó más abajo. Durante un instante, el peso del cuerpo se sostuvo de una sola mano. Pero esto resultó suficiente para lo irreparable. La goma no resistió, la mano se despegó y la otra mano ya no pudo hacer nada. Tikhon Zakolov se fue hacia abajo y trató, inútilmente, de pegar las palmas de las manos a la pared.

Kushnir y Evtushenko corrieron asustados a la calle. Tikhon estaba sentado en la acera y se reía.

– Se asustaron? Pero si es apenas el segundo piso. – Se levantó y se dirigió con seriedad hacia Alexander: – La próxima vez hay que poner más tela de araña. —

– No va a servir. La araña tiene ocho “manos” y tú, solo dos. —

– Bueno, entonces me impregno los pies también. – Miró hacia el entristecido Kushnir. – Sasha[5 - Sasha: Apodo familiar, en Rusia, a los llamados Alexander.] y yo iremos en una semana a Tashkent. Trataremos de ayudar a tu hermana. —

– Bien!! Tamara los recibirá y les contará todo. —

– Estoy intrigado. Quiero ver yo mismo si los restos de Tamerlán tienen esa fuerza sobrenatural. —

– Lo importante es ayudar a mi hermana. —

5.– El cráneo del tigre dientes de sable

El profesor Efremov frotó sus manos acalambradas, miró hacia los toscos oficiales de la KGB que estaban de pie a su lado y trató de sonreír.

– Y entonces? – lo apuró el general.

– Ahorita. Déjeme coger aliento. —

Efremov lanzó una rápida mirada a la mueca carnívora del cráneo y a los colmillos inclinados del tigre dientes de sable. Una vez más comprobó el cálculo mentalmente. El recordaba bien el peso de esa pieza colgante. Donde estaba su centro de gravedad y el punto donde estaba atado el cable. Todo debe resultar bien. Por si acaso, el profesor trató de mover la rodilla lastimada. El dolor agudo pasó a la fase de dolor sordo, pero la pierna respondió.

– No tengo tiempo! – el general apenas se contenía. – Te estás burlando de nosotros? —

El profesor respondió con decisión:

– Está aquí. Ya se los voy a enseñar. —

Y entonces caminó hacia la cuerda que sostenía el cráneo de la bestia y soltó el nudo del gancho. En un instante sus piernas dieron dos saltos hacia el centro de la sala y el profesor se lanzó boca abajo al punto escogido, se volteó, y abrió los brazos. La pesada cabeza del tigre dientes de sable dio una vuelta completa y las dos prehistóricas y agudas hojas entraron, con un crujido, en el pecho y estómago de Efremov. Mientras los oficiales desconcertados veían el cráneo blanco del carnívoro fósil, el profesor, con sus últimas fuerzas, sacó los colmillos de su cuerpo. Una sangre burbujeante salía a borbotones de las heridas abiertas. Ahora nadie podría salvar la vida de Alexander Simeonovich Efremov

Con los labios extendidos en una sonrisa de satisfacción, cerró los ojos. El último cálculo del profesor, como siempre, fue correcto.

El cineasta Malik Kasimov se asomó por la puerta abierta de la oficina de Efremov y se extrañó de no encontrarlo ahí. Pensó que, probablemente, había salido un momento y entró. Apenas había traspasado el umbral cuando desde el fondo de la sala se oyó un grito desgarrador. El camarógrafo de guerra no necesitó explicarse el origen del grito, en el frente él había visto demasiadas muertes.

Solo por reflejo Kasimov continuó hacia dentro de la oficina hasta que se encontró con el escritorio del profesor. El libro grueso atrajo su mirada, también la hoja de papel donde estaba su nombre. Kasimov se inclinó hacia ellos y su mano quiso apartar la polvera abierta pero se detuvo. Que hacía un objeto femenino en el escritorio del anciano profesor? En el espejito oval se reflejaba un rectángulo del extraño cuadro. Un rectángulo? Justo ese símbolo lo dibujó Efremov con los dedos, significativamente, en la ventana y le mostraba algo a la espalda.

“Un rectángulo en la espalda! Qué quiso decir con eso?”

El cineasta sacó la hojita de papel y sus ojos recorrieron las líneas escritas atropelladamente: – Malik. Tome el libro y fotografíe lo que vieron sus ojos Eso lo llevará a la meta. Y váyase rápido. —

Kasimov preparó la cámara fotográfica y su mirada se paseó por la oficina.
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