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El craneo de Tamerlan

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– No! Que te pasa? Yo no entiendo. Léelo tú. —

Tikhon se quedó mirando al muchacho preocupado y se imaginó la figura encorvada como un signo de interrogación. Entonces le propuso:

– Juguemos una partida de ajedrez. Para conspirar. —

– Ajá. Voy a traer el tablero. – Dmitri se apuró a salir, pero cerca de la puerta se detuvo. – Pero, del artículo, tú no le digas a nadie…. —

– No te preocupes…. Cerramos la puerta. —

Tikhon alisó la hoja de papel y se enfrascó en la lectura.

“Yo iba al encuentro de esta persona y no me imaginaba el misterio que me iba a transmitir. Inicialmente me había hecho a la idea de conversar con el conocido camarógrafo de cine, de Uzbekistan, Malik Kasimov, acerca de tomas fotográficas en el frente de la Gran Guerra Patria[3 - El nombre ruso para la 2ª. Guerra Mundial.]. Como se arriesgaba la vida, en el calor, en el frío, para fijar el rostro de los soldados en la película cuando iban al ataque, en los sangrientos combates con los fascistas, el instante de las victorias y la tristeza de la muerte.

Sin embargo, desde el mismo principio, la conversación con el camarógrafo, en su casa de Tashkent, cogió otro rumbo.

– Usted sabe que yo pude evitar la Gran Guerra patria? – Con voz triste me preguntó.

– Usted pudo detener una guerra que duró cuatro años y que se llevó la vida de decenas de millones de seres humanos? – Me confundió.

– Si yo hubiese tenido la firmeza y la decisión, la guerra no hubiese comenzado. —

Después de esas palabras tan intrigantes, yo fui toda oídos. Que historia mítica me contó el laureado en arte de la República Soviética de Uzbekistan, y yo no tenía ninguna base para poner en duda sus palabras.”

Dmitri Kushnir regresó con el tablero de ajedrez, comenzó a colocar las piezas pero, de pronto recordó y regresando a la puerta, la cerró con llave.

– Es tu turno de jugar con las blancas. – le dijo a Zakolov y se sentó frente a él.

Tikhon, quien prefería las partidas abiertas, automáticamente movió hacia adelante el peón del rey y continuó la lectura.

“Iosif Vissarionovich Stalin tenía en muy alta estima al genio de la guerra y señor de Asia, el emir Timur, mejor conocido por el nombre de Tamerlan. En su libro de historia, Stalin subrayó que, justamente, los ejércitos del emir cojo vencieron a la Horda de Oro, gracias a lo cual, Rusia, finalmente, se liberó del yugo mongol. Entonces el deseo de buscar la tumba del gran guerrero dominó la mente de varias generaciones de científicos. Pero la decisión de la expedición la tomó Stalin personalmente en el año 1941. Además de los historiadores, lingüistas y arqueólogos que estaban en la expedición, fue incluido el conocido antropólogo Guerasimov. A partir del cráneo de Tamerlan, él debía reconstruir el rostro del gran guerrero.

El grupo expedicionario llegó a Uzbekistan en junio de 1941. Como camarógrafo yo fui con el grupo de científicos. Yo debía filmar todas las etapas del momento histórico.

En aquel momento nadie sabía exactamente donde estaba enterrado Tamerlan. Unos pensaban que él descansaba en su ciudad natal Shakhrizabz. Allá hay un mausoleo, en el cual, todavía en vida del emir, él ordenó construir una tumba profunda. Pero Tamerlan murió durante un recorrido en China en el año de 1405. Y el jefe de la expedición, el académico Kary-Niazov estaba convencido que al emir no lo llevaron de vuelta a su país sino que lo enterraron en el camino en Afganistan. Sin embargo, Guerasimov insistió en hacer las excavaciones en Samarkanda.

Existía la teoría de que Tamerlan poseía una colosal densidad de energía negativa. Su biocampo electromagnético de una fuerza enorme le permitió tomar el poder y, en un corto tiempo, conquistar decenas de países, destruir cientos de miles de enemigos y construir el más grande imperio en los espacios abiertos de Asia. Su poder, al igual que su crueldad, no tenía límites. Con la muerte de Tamerlan la energía desapareció y el enorme imperio se dispersó en kanatos separados. Inclusive a su amado nieto, el inteligente Ulugbek, lo ejecutaron, de manera indigna, cortándole la cabeza.

Pero la energía, por las leyes de la física, no desaparece. Ella se transforma, o….

Con estas palabras, Malik Kasimov, significativamente, señaló con el dedo hacia abajo.

O, los restos de Tamerlan conservaron la gigantesca energía mítica.”

Tikhon Zakolov separó el artículo de sus ojos, ponderó la situación en el tablero e hizo un movimiento con un alfil. Kushnir respondió con un peón y dijo:

– Por ahora nuestra partida repite la partida española del campeonato del mundo entre Karpov y Korchnoi en Baguio. —

– Y ahí, quien ganó? —

– Fue empate. —

– El empate no me satisface. – Y Tikhon movió la reina hacia adelante de manera agresiva.

– Esa jugada está contra la teoría.—

– Nadie lleva arañas a su casa. Y a mí me gusta. —

Con temor, Dmitri miró hacia la araña Zebra, la cual estaba cazando la segunda mosca, y se concentró. Tikhon siguió leyendo el artículo.

“Guerasimov creía en la fuerza energética del gran emir. Él sabía que en 1925, un científico, físico él, había medido un fuerte campo electromagnético alrededor del mausoleo Gur Emir en Samarkanda, el cual, el mismo Tamerlan ordenó erigir en honor de su nieto caído. Muchos habitantes de la localidad contaban sobre fenómenos inexplicables que ocurrían en las cercanías del bello pero inquietante mausoleo. Por eso se decidió empezar las excavaciones en Gur Emir, que además, en la traducción, eso significa mausoleo del Emir.

Durante más de cinco siglos nadie había irrumpido en el santuario del clan de Tamerlan, que comprendía nueve tumbas. Las excavaciones comenzaron el 16 de junio de 1941. Se movieron desde las tumbas más lejanas hacia el centro. Primero, abrieron las tumbas de los hijos de Ulugbek. El 18 de junio removieron los restos del nieto de Tamerlan, el gran sabio Ulugbek. En esto no hubo ninguna duda. Era conocido que Ulugbek había sido decapitado por sus investigaciones científicas. En la tumba, el cráneo estaba aparte y un Guerasimov contento mostraba las vértebras del cuello, cortadas.

El trabajo se desarrollaba lentamente. Las placas de las tumbas eran pesadas, y a veces los cabrestantes no las aguantaban y era necesario mover las lápidas manualmente. A la tumba central, donde se suponía estaba enterrado Tamerlan, se llegó temprano en la mañana del 21 de junio.

Yo estaba grabando con mi cámara y observé en el objetivo un creciente brillo blanquecino parecido a la niebla. No sé qué era, un polvillo o vapor, pero en los días anteriores no había sucedido algo similar. Cuando levantaron la lápida, el lugar comenzó a llenarse intensamente de un extraño aroma, parecido al incienso oriental. Muy acre, pero a la vez, agradable y embriagador. Junto al olor irreconocible bajo tierra se extendía una sensación de ansiedad, y después, la ansiedad se transformó en una escasez de aire. La gente comenzó a asfixiarse. Los obreros hicieron algún movimiento torpe, la loza se agrietó y, repentinamente, se apagaron todas las luces. Mi cámara se apagó sin ninguna razón aparente. Un terror primitivo nos dominó y todos corrimos hacia la salida. El jefe de la expedición se sobrepuso y controló el pánico. Entonces propuso un descanso.

Con las piernas temblorosas todavía salí a la calle y me dirigí al salón de té más cercano. Para ese momento ya todo Samarkanda sabía de las excavaciones en el mausoleo Gur Emir. En la plaza se habían reunido muchos curiosos, la mayoría de los cuales no gustaba de lo que estaba sucediendo. En el salón de té estaban tres ancianos de barba blanca en batas y gorritos característicos de la zona. Uno de ellos tenía un libro muy antiguo y lo trataba con mucho cuidado. Cuando este último vio al joven de pantalones negros de tela suave y camisa blanca, o sea, a mí, cuando yo salía del mausoleo, me preguntó:

– Probablemente tú eres el jefe. Ya tu gente abrió la tumba de Tamerlan? —

– Apenas comenzaron. —

Se levantó y me tomó de la mano. Su frente fue surcada por profundas arrugas y sus ojos mostraron una preocupación genuina:

– Entonces no es tarde para corregir el error. Diles que detengan el trabajo. Los huesos de Tamerlan no deben sacarse de la tumba. Si lo hacen va a comenzar una gran guerra. Está escrito aquí. —

El anciano abrió el libro gordo y desvencijado que tenía en las manos. En una página amarillenta vi una frase en árabe. Mi mamá me había enseñado a leer el Corán y yo comprendí lo que estaba escrito: “Aquel, que toque las cenizas del gran Tamerlan, despertará al Demonio de la Guerra”.

– No toquen a Tamerlan. – de nuevo advirtió el anciano. – Si lo hacen, comenzará una guerra grande y se derramará mucha sangre. —

Yo recordé lo que había sucedido cuando se movió la pesada lápida de la tumba del cruel guerrero y comencé a sentirme mal. El viejo enigmático se me pareció al brujo del cuento cuando le advertía al héroe: – Si te vas a la derecha, pierdes el caballo; si te vas a la izquierda, se te torcerá la cabeza. —

Yo le creí y entonces fui a buscar al jefe de la expedición, Kary-Niazov. Este vino, se rio de los viejos y los llamó ignorantes. Los orgullosos ancianos se fueron. Sus rostros sabios no mostraban insulto, sino tristeza y dolor.

Yo comprendí que se desarrollaba algo irreparable y decidí pedirle a los ancianos grabar con la cámara el libro con la profecía. Yo vi que habían doblado la esquina y en un instante estuve ahí. Pero ya habían desaparecido. Literalmente se habían disuelto en el aire caliente de junio.

Los trabajos recomenzaron para la apertura de la tumba de Tamerlan, y por la tarde, jubiloso, Guerasimov extrajo los huesos de la pierna derecha donde se veía una protuberancia en la rodilla. Habíamos encontrado al Gran Cojo. Enseguida, el antropólogo levantó, cuidadosamente, el cráneo de Tamerlan. Todos callaron. Yo tomé la cámara. Las órbitas vacías del cráneo exudaban una presión fría. Hubo un momento en el cual esas órbitas brillaron. Yo retrocedí y perdí el enfoque. Me pareció que Tamerlan me miró a los ojos y se sonrió burlonamente.

En la radio, en las noticias vespertinas, informaron sobre nuestro descubrimiento, pero fueron pocos los que se alegraron. Por la mañana, en la radio inglesa, informaron de la invasión de Hitler a la Unión Soviética. La profecía del libro antiguo se hizo realidad.

Malik Kasimov bajó la cabeza y se cubrió los ojos con las palmas de las manos.

– Usted realmente cree eso? – le pregunté, tratando de sacarlo de sus pensamientos.

– Por supuesto! Enseguida después del anuncio de la guerra, telefoneamos al primer secretario del partido comunista de Uzbekistan y le contamos sobre las predicciones de los ancianos. Él nos gritó, que debíamos haberlo llamado el día anterior y no dejar a los ancianos desaparecer con el libro y que ahora toda la responsabilidad recaía sobre nosotros. – Kasimov bajó la cabeza y murmuró: – Y yo quise llamarlo en aquel momento pero no me decidí. Pude haber detenido la guerra, pero… —

Yo hice el amago de buscar en mi cartera para que el viejo pudiera, sin que yo lo viera, limpiarse las lágrimas. El viejo se disculpó y continuó:
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