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El craneo de Tamerlan

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– Suéltenme, les diré todo. —

El general hizo una seña aprobatoria y el teniente aflojó los dedos.

4.– Una clase de ajedrez

Zakolov apartó el periódico e hizo su siguiente jugada en el tablero de ajedrez.

– Curiosa coincidencia. —

– Alfiles en el mismo color? Significa que no hay empate. – Como siempre, cuando Dmitri Kushnir jugaba, solo pensaba en ajedrez.

– Yo me refiero al destape de la tumba de Tamerlán, que coincidió con el comienzo de la Gran Guerra Patria.

– Si eso hubiera sido una simple coincidencia, a mi hermana no la hubieran botado de la universidad y al redactor no lo hubieran botado del periódico. —

– Eso es correcto, – asintió Tikhon. – Además destruyeron todo el tiraje del número. Quien se enteró de esta información es muy peligroso. —

– Para el estado! —

– Por qué tan categórico? —

– Porque se volvieron locos, botaron gente y los órganos de seguridad investigaron! – Dmitri se sobreexcitó y cometió un error en su siguiente jugada.

– Tranquilízate. Si no, vas a perder. —

– Mira la tontería que cometí. Como que me toca rendirme! —

– Nunca hay que entregarse. —

– Pero en esta situación! – Dmitri señaló el tablero, decepcionado.

Tikhon consideró la posición de las piezas e hizo la siguiente proposición:

– Volteemos el tablero, o sea, tu juegas con las mías y yo con las tuyas. —

– Seguro? —

– Seguro! —

– Tú quieres consentirme, no? —

– Yo nunca le limpio los mocos a los bebés. Yo les enseño la vida. – Tikhon volteó el tablero. – Continúa jugando con las blancas. —

Ocho jugadas pasaron en absoluto silencio. Cuando Zakolov hizo su novena jugada, Kushnir saltó como escaldado:

– No me imaginé esta posición! Perdí! Segunda vez que pierdo en la misma partida. —

– Es una lección para ti, Dmitri. Nunca debes rendirte. Inclusive en las situaciones más desesperadas. En primer lugar porque el adversario puede equivocarse. —

– No me equivoqué. Yo jugué de acuerdo a la teoría! —

– Y en segundo lugar, en el último momento, al borde del abismo, tú puedes ver la solución salvadora, la cual no habías notado. —

Tikhon esperó a que el entristecido estudiante de primer año guardara las piezas y cerrara el tablero de ajedrez para preguntarle:

– Ahora dime, para que me mostraste ese artículo prohibido? —

– Para pedirte que ayudes a mí hermana. La juzgaron en una reunión secreta del partido y la expulsaron del Komsomol[4 - Komsomol: Así se llamaba a la Juventud del Partido Comunista (PCUS) de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).]. Todos dijeron que ella deformó la historia, que despreció la victoria del pueblo en la Gran Guerra Patria e hizo propaganda de misticismo y religión. —

– Que tiene que ver la religión en esto? —

– No sé. Nadie ha visto el artículo. Del comité local bajaron la orden de buscarlo, pero nada. Hasta las mejores amigas de Tamara la abandonaron. —

– Y que dice el cineasta Kasimov? —

– Se asustó y no dice nada. Teme perder la pensión. Tamara, al principio, se preocupó mucho. Ahora, ella quiere buscar el cráneo de Tamerlán por su cuenta, medir su campo energético y demostrar sus afirmaciones. Ella es valiente y tenaz. Pero necesita a alguien que la ayude. —

– Y tú? —

– Yo que? – Dmitri, expresivamente, abrió y levantó los brazos.

– Dmitri, en la escuela, aparte de estudiar a que te dedicabas? —

– Como era lo debido con los niños judíos de bien, tuve que aprender música, badminton y ajedrez. En opinión de mi mamá, esos eran los componentes fundamentales de un desarrollo armónico. —

– Tocabas violín? —

– No, la viola. —

– Te gustaba? —

– La odiaba. —

– Y por qué lo hacías? —

– Mi mamá me obligaba. —

– Al menos te puso a funcionar el cerebro. Agradécele a tu mamá, al menos, por eso. —

– Ya mi mamá no está. Y mi papá tampoco. – Lo dijo con tristeza. – Ya hace un año vivimos solos, mi hermana y yo. —

Tikhon calló, esperando que Kushnir hablara de sus padres, pero éste, hablo de nuevo de la hermana:

– Por supuesto yo puedo aconsejar a mi hermana. Pero más nada! Además de cerebro, probablemente se necesitará fuerza, decisión y, – Dmitri se contuvo un poco, – una audacia temeraria. —

– Por lo que me dices, supongo que yo tengo todas esas cualidades. —

– Tikhon, yo ya oí sobre tus aventuras con los malandros y el asesino aquél. Si allá resolviste, aquí será mucho más fácil. No me digas que tú no quieres que venza la justicia? Yo sé que vas a ir a Tashkent. —
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