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El craneo de Tamerlan

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– Eso es muy improbable. Es mejor olvidarse de esa teoría. Es peligrosa. —

– Pero es correcta. —

– No sé. A mí me interesa más cómo vas a hacer para medir el campo energético de Tamerlán. —

– Yo estoy pensando en que la vamos a sentir en nuestro pellejo. —

– Y si no se siente? —

– Tengo un conocido, estudiante de física. Él inventó un aparato, que a lo mejor ni sirve. La gente ni siquiera cree en el aparatico. —

– Bueno, agarra ese aparato.. y al mausoleo. —

– Está encerrado en el instituto de máquinas calculadoras. No se puede sacar.

Tamara recogió las piernas, se inclinó hacia Tikhon y le dijo: – Además no te he dicho lo más importante. —

– Que? —

– Malik Kasimov me habló de un hecho importante. —

– Yo entiendo que él tiene relación con el entierro. —

– Directamente. Kasimov se deja llevar por los recuerdos y se puso a hablar. Enseguida se preocupó y calló, pero ya era tarde. Y lo único que hizo fue pedirme que no le contara a nadie. —

– Curioso. —

– En el artículo, de todos modos, hice algunas alusiones, aunque él me advirtió que eso era peligroso. Pero yo no le creí. —

– Y ahora? —

– Ya tú sabes lo que sucedió. A mí y al redactor principal nos corrieron. —

– Y tú, de que te enteraste? —

La muchacha miró hacia la ventana abierta y dijo en un susurro:

– Kasimov dijo que el cráneo de Tamerlán… —

En eso Evtushenko entró en la habitación, maliciosamente miró a la pareja de jóvenes sospechosamente cercanos y sonriendo dijo:

– Epa!, conversadores. Vamos a comer? —

Tamara preguntó, escéptica:

– Pudiste preparar algo con mi exiguo almacén? —

– Macarrones con queso. —

– Comida internacional, pero siempre que esté caliente. – dijo Zakolov y se dirigió a la cocina.

7.– Por mi honor!

El general, furioso, le dio un manotazo a la polvera que estaba en el escritorio de Efremov, volteó las cajas pesadas y desparramó todos los papeles. Una búsqueda rápida en la oficina del profesor no produjo ningún resultado. Cuando salía, el viejo Averianov le echó un vistazo a las tontas pinturas que estaban colgadas en las paredes.

– Un disidente secreto. – Dijo, entre dientes, el general.

Con el ánimo oscurecido se sentó en el auto. El hijo, temiendo equivocarse de más, con temor esperó la decisión del padre:

– Al Kremlin. – resignado ordenó el general.

Veinte minutos después, un pálido y sudoroso Grigori Averianov, en el medio de la pomposa oficina del Kremlin, se veía bastante deplorable. Terminó el infeliz reporte a Khrushchev y sin esperar la reacción del hosco secretario general, se apuró a pedirle:

– Nikita Sergeevich, deme una semanita, yo lo resuelvo. Volteo todo Uzbekistan, pero lo hallaré. —

– No tengo una semana! Tú me fallaste, fallaste a la patria, coño de madre! Hiciste poner de rodillas a toda la Unión Soviética! – estalló el secretario general, moviendo el puño cerrado de su mano gorda para todos lados. – Eso es una alevosa traición! Vas a ir a juicio! —

Cuando la explosión de ira pasó un poco, se dejó caer, cansado, en su sillón y buscó en el selector telefónico al ministro de la defensa. La puerta se abrió y apareció Malinovsky quien se quedó en el umbral en posición de esperar órdenes. Sin levantar la vista, Khrushchev movió los dedos, como si limpiara de burusas la mesa, y ordenó:

– Rodion, arresta al general. —

Malinovsky hinchó el pecho y dio un paso adelante. Grigori Averianov se apresuró a sacar la pistola del cinturón. Antes de entrar a la oficina le había dado la funda vacía al oficial de guardia. El ministro de la defensa se tensó y pasó una sombra de temor por sus ojos. El secretario general se encogió en su sillón y apretó el botón escondido en el escritorio. En el silencio que se hizo, claramente se oyó el clic del botón pulsado. La mano temblorosa del general de la KGB no logró controlar el arma y el cañón apuntó a todos lados hasta que se instaló en la sien canosa.

– Expiaré mi culpa. Yo solo. – dijo Averianov, con voz ronca.

Inclinó la cabeza, sus ojos se movieron y vieron la cinta del pantalón suelta. La alisó con su mano libre y levantó la cabeza con orgullo. La mirada ya era clara y dura.

– Por mi honor! – Como si estuviera reportándose al ministro de la defensa.

Estas fueron las últimas palabras del oficial. Sonó el disparo. El general cayó de cara en el parquet de madera antigua y costosa.

Esa preocupación se le quitó rápido a Khrushchev. Con repugnancia arrugó el entrecejo y se dirigió hacia la puerta, rodeando el largo cadáver y cuidando de no pisar las manchas de sangre. Con fuerza empujó la alta puerta y rápido atravesó la recepción, sin mirar a los oficiales de guardia que se levantaron asustados. Después de días de duro insomnio, el secretario general se sintió aliviado. Ahora, la solución de la crisis política para él, era evidente. Un conflicto militar con los EE. UU sin el Talismán de la Guerra, no podía comenzarse. Era necesario llegar a acuerdos.

Nikita Sergeevich Khrushchev se quitó la chaqueta arrugada y se la lanzó a su general asistente. Se desabotonó el cuello de la camisa sudada y ordenó transmitir al ministro de relaciones exteriores que, inmediatamente, hiciera la conexión directa con el presidente de Estados Unidos, John Kennedy.

8.– Un hombre misterioso bajo la ventana

Alexander Evtushenko preparó té cuando ya había oscurecido completamente. Tamara sopló fuertemente el té hirviente en la taza, bebió un poco e insistió en llevar a Tikhon a la habitación grande. Ella no encendió la luz y Zakolov trató de sentarse en el mismo sillón, pero la muchacha, tercamente, lo empujó a un ángulo del sillón. Y ella, recogiendo las piernas, se sentó a su lado. Sus rodillas se tocaban.

– Yo duermo aquí. – con mucho encanto informó y después calló.

Zakolov solo vio el parpadeo de la muchacha, de sus rizos salía el dulce aroma del perfume y por la ventana entraba el canto de las cigarras.

– Y yo tengo asignado un lugar en la habitación de al lado. – Tikhon consideró necesario recordarlo.

– Todo se puede cambiar. – La joven inclinó la cabeza de tal manera que su cabellera rozó el hombro del muchacho. Tikhon trató de apartarse pero no había espacio. Tamara, juguetona, lo apartó con el puño. – Ok. Está bien. Yo estaba bromeando. —

Zakolov intentó dirigir la conversación hacia el asunto del artículo.
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