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El craneo de Tamerlan

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Ese descubrimiento no le gustó a Tikhon, pero no dijo nada. Ya Tamara estaba suficientemente asustada. En vez de eso, dijo con gran satisfacción: -Que bien se está aquí. Ya es Noviembre y todavía no hace frío. —

– Esto es Tashkent. – respondió Tamara.

Antes de cerrar la ventana, Zakolov comprobó que un hubiera nadie en el patio. Cerró las cortinas dejando una delgada línea abierta, y encendió la luz.

– Donde sugieres tú comenzar la búsqueda? – preguntó Tikhon, parado de lado hacia la ventana, en el centro de la habitación.

– Zakolov, yo pensé que tú ibas a tener alguna idea! —

– Hmmm. La información es poca. Me gustaría hablar con Malik Kasimov. Necesito otra versión. Se puede organizar un encuentro con él? —

– Puedo tratar. Pero va a ser difícil. Después del asunto del artículo, también vinieron donde él. Él se cerró y niega todo. Ahorita lo llamo. – Tamara levantó la bocina telefónica, marcó el número y después de dos repiques cortó la conexión. Colgó la bocina. – Vamos a hacer lo siguiente: Mañana le caemos donde él, tempranito. No podrá esconderse. —

– Kasimov se levanta temprano? —

– Sí. La entrevista que le hice fue en la mañana. —

– Perfecto. En cuanto nos despertemos vamos para allá. —

– Crees que él no me contó todo? —

– Afortunadamente para ti, no todo. – Tikhon notó que en la rendija que había dejado entre las cortinas se escondía una mancha oscura. Él tomó un tono sombrío. – De todas maneras te contó bastante. —

Zakolov pronunció la última frase en voz baja, se levantó con cuidado y se pegó a la pared al lado de la ventana.

Tamara, perpleja, frunció los labios. Tikhon, cuidadosamente, separó la cortina y vio la punta de una nariz grande pegada al vidrio. El resto de la cara del tipo estaba tapada con un capuchón gris. El plan de Zakolov funcionó, ya que el espía misterioso regresó. Quedaba por saber quién los estaba siguiendo.

Le hizo la seña a Sasha Evtushenko de que conversara con Tamara. Evtushenko comprendió rápidamente y comenzó a hablar de la historia del traslado de Tamerlán. Tikhon se agachó y, sin ruido, se acercó a la antesala. Tamara levantó las cejas asombrada y quiso preguntar algo, pero Evtushenko se le adelantó:

– Yo estoy seguro de que el misterio de Tamerlán se puede resolver sin tomar en cuenta lo actual. Es suficiente con estudiar, cuidadosamente, la historia de los últimos años de la vida del emir. Tú no crees? —

– Yo? —

Mientras tanto, Zakolov ya había llegado a la puerta de salida. Y decidió hacer un movimiento extremo.

Tikhon empujó la puerta que daba al patio, salió del pasillo, giró y se lanzó hacia el tipo que estaba escondido bajo la ventana. Pero ese, mostrando una agilidad asombrosa, en dos saltos ya había doblado la esquina.

“No escaparás”, pensó Tikhon, aumentando la velocidad. El desconocido, que era un tio robusto de baja estatura y con chaqueta deportiva gris, cruzó el patio, atravesó el arco y salió a la calle. En el silencio que había se oían sus pasos.

“En línea recta te alcanzo. Los enanos no pueden correr rápido”, bromeando consigo mismo, pero acelerando.

A alta velocidad llegó al arco. Quiso agarrarse del borde de la pared para cruzar más rápido, pero vio, abajo en su camino, una pierna atravesada. El intento ineficaz de saltar el obstáculo inesperado solo agravó la situación. Se tropezó con la rodilla del tipo, voló sobre el pavimento y cayó sobre el pasillo polvoriento.

En pocos segundos quedó completamente indefenso ante el astuto contrincante.

9.– Averianov, el joven, va tras una pista

Durante mucho tiempo, el oficial de seguridad Grigori Averianov, el joven, recordó con estremecimiento el terror vergonzoso y pegajoso que lo poseyó durante la primera semana después de la muerte de su padre. El joven fue separado del servicio y se mantuvo en su casa, poniéndose tenso cada vez que sonaba el teléfono o un carro frenaba frente al edificio donde vivía. Su madre y él vieron el cuerpo de su padre solo en el funeral. Cuatro funcionarios de guardia del KGB llevaron la urna directamente al cementerio. Aparte de ellos, concentrados en el procedimiento del entierro, y un par de familiares ancianos, ningún conocido, ni asistente del general, vino al funeral.

Mirando el montículo-tumba de tierra fresca, Grigori Averianov recordó la última conversación que tuvo con su padre cuando se separaron en el Kremlin.

… – Si yo no vuelvo, sabes que fue culpa del maldito desgraciado de Efremov en Samarkanda. En el año cuarenta y cuatro, él y yo cumplíamos un encargo secreto. Yo me descuidé y él aprovecho eso para engañarme vilmente.

Averianov, el joven, miró interrogativamente a su padre deprimido.

– Nosotros llevamos el cráneo de Tamerlán a Samarkanda. —

– El propio? – se asombró el teniente.

– El mismo. El del cruel conquistador. Eso fue una orden de Stalin. Y el hijo de puta de Efremov me hizo un truco de magia. – El general, con rabia, dio un puñetazo al panel delantero del “Volga”.

– Pero, en que te engañó? —

– En la tumba, él puso una figura de cera. Y el verdadero cráneo lo escondió en un lugar desconocido. —

– Y por qué, antes, no presionaste al científico? —

– Yo estaba seguro que todo estaba en orden. Y apenas hoy, cuando el partido necesitaba el cráneo… Coño! Si solo me dieran tiempo. —

El general abandonó el auto y se dirigió a la oficina del secretario general. El joven Averianov siguió con la vista la encorvada silueta de su padre. Más nunca lo vería con vida…

Y allá, en el cementerio, el teniente de seguridad juró que, sin falta, hallaría el cráneo del poderoso de Asia: Tamerlán, demostraría la intención malévola del profesor traidor y restablecería el honor de su padre.

Enseguida después del funeral, al joven Averianov lo llamaron del servicio. El jefe, en una conversación privada, le informó que en los altos círculos respetan la decisión voluntaria de quitarse la vida y, que por eso, el asunto de su padre estaba cerrado. Grigori debía llenar unos formatos de permiso y volver al servicio. Como si no hubiera sucedido nada, los colegas empezaron a saludarlo de nuevo y sobre el hecho “aquel”, discretamente, no mencionaban nada. La historia borrascosa de Lubianka[6 - Lubianka: Plaza de Moscú donde estaba la sede de la KGB.] conocía tales tragedias. Además, la situación en el mundo era menos tensa, el conflicto de los cohetes soviéticos en Cuba estaba resuelto y los medios de prensa internacionales empezaban a hablar de unas relaciones soviético-americanas más cálidas.

Grigori Averianov, con el tiempo, recibió el permiso de investigar las circunstancias de la comisión secreta de su padre en el año 44 en Samarkanda. Pero él podía dedicarse a eso, solo si no descuidaba las tareas importantes.

Como primer paso, Averianov reunió el dossier de la persona fatal en el destino de su padre; el profesor y paleontólogo Alexander Simeonovich Efremov. Enseguida aparecieron unos detalles curiosos.

Resulta que Efremov era, antes que todo, ingeniero mecánico. Ya en sus años estudiantiles él patentó algunos inventos originales y de él se esperaba un gran futuro como ingeniero constructor. En las vacaciones de verano, el estudiante nunca faltaba a las expediciones arqueológicas y en ellas apareció su interés en las tumbas antiguas y los restos de animales extinguidos. Enigmas para las páginas de la historia. Como resultado, Alexander Efremov se involucró tanto con la paleontología que solicitó inscripción en esa facultad. Se la negaron, ya que en los años treinta había una gran necesidad de ingenieros. Pero el estudiante no se rindió. Él se las ingenió para asistir, paralelamente, a las lecciones del eminente especialista en paleontología, el académico Borisiak. De tal manera que el estudiante consiguió resultados substanciales y después que terminó la universidad y, por recomendación del académico, fue asignado al instituto de investigaciones científicas que dirigía.

En 1944 Alexander Efremov ya era uno de los grandes especialistas del Asia Media. Y en él recayó la suerte de acompañar a Averianov, el viejo, en su viaje secreto a Samarkanda. Más exactamente, Averianov, entonces capitán de la KGB, estaba encargado de controlar al científico Efremov.

Antes del viaje, Alexander Efremov se encontró con el antropólogo Guerasimov y este le entregó un objeto clasificado con el número 41—9/13. En el listado de la comisión del capitán Averianov se indica que el objeto 41—9/13 fue colocado en el dispositivo con el nombre “Cápsula”. Gracias a las conversaciones con su padre, Grigori adivinó que se trataba del cráneo del cojo de hierro Tamerlán, como lo llamaban en Occidente o el Gran Emir Timur como lo hacían en el Oriente.

Conversando con gente cercana, Averianov se enteró de que Stalin creía en la fuerza mística de Tamerlán y la utilizó para sus propios fines. Tamerlán no podía vivir sin la guerra. Cumplió una campaña bélica tras otra. En su cráneo se concentraba una energía destructora, generadora de carnicerías humanas. Pero aquel que tuviera el cráneo de Tamerlán, tendría la victoria. A diferencia del genio del mal: Napoleón, o el celebrado por los historiadores: Alejandro el Grande, el emir Tamerlán, a lo largo de toda su vida, no perdió ni una batalla.

Como resultado el vencedor era el que tenía su cráneo!

En una conversación de militares borrachos, Averianov se enteró, por un piloto que estaba ahí, de que un avión con el cráneo de Tamerlán a bordo, en diciembre del año 41, cuando se realizaba la encarnizada lucha por Moscú, sobrevoló la ciudad. Y la capital aguantó! Aguantó, a pesar de todo! Un impresionable Stalin llamó al cráneo Talismán de la Victoria y lo utilizó en otras situaciones decisorias. Pero al final del año 44 el ejército rojo era mucho más fuerte que su contrincante. Llegó el momento de regresar el cráneo del sanguinario guerrero a su lugar en el mausoleo de Gur— Emir. El espíritu de la guerra debía tranquilizarse y la larga guerra, terminarse.

Por donde se viere, la comisión a Samarkanda se cumplió exitosamente, la tarea se cumplió, la dirigencia del Kremlin valoró eso y la carrera del papá se fue a las nubes. Efremov ascendió a Profesor[7 - Profesor: El más alto grado académico en Rusia.] y le fue asignado un laboratorio.

Sin embargo, en el propio momento necesario, en octubre de 1962, el cráneo del gran guerrero, no estaba en su sitio!

Como excusa de la investigación del sospechoso hecho infeliz en el instituto de Paleontología, que llevó a la muerte del profesor Efremov, Grigori Averianov leyó, detenidamente, todos los papeles en la oficina del científico. El oficial de la KGB no encontró ninguna indicación de donde podría estar escondido el cráneo de Tamerlán.

Los colegas del científico no sabían nada de la expedición secreta del año 44. En los archivos del instituto aparecía que al profesor lo habían llamado, de altas esferas, para consultas, en Bielorusia. Todos supusieron que Alexander Simeonovich ayudaría en la identificación de los restos en las fosas comunes halladas después de la huida de los fascistas de esa república. Por razones comprensibles, en las conversaciones posteriores trataron de no tocar ese tema desagradable y no preguntaron por el viaje.
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