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El craneo de Tamerlan

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– Que? —

– Entrar a una casa ajena sin invitación. —

– Solo cuando las circunstancias lo exigen. —

– Mi hermano te describió correctamente. – La muchacha se explayó en una sonrisa de satisfacción.

Tikhon se dirigió a la casa silenciosa, pero a medio camino se detuvo y levantó el dedo índice:

– Escuchas? —

– No. – Dijo la joven en un susurro de preocupación.

– Hay alguien caminando detrás de la casa. —

– Él está en el patio, yo te lo dije. – Sin mediar palabras, Tamara se dirigió a la esquina de la casa y dijo en voz alta: – Estimado Malik! Soy yo, Tamara Kushnir. Disculpe que entramos, pero la puerta estaba abierta. —

– Tú siempre haces eso? – Se reía Tikhon, alcanzando a la muchacha.

– Que? —

– Inventar cuentos sobre la marcha. —

– Solo cuando las circunstancias lo exigen. —

– Tu hermano te describió correctamente. —

– Nosotros congeniamos. – La joven movió las pestañas coquetamente y tomó la mano de Tikhon.

Ambos se carcajearon y, divertidos así, dieron vuelta a la casa. Lo que la muchacha llamaba jardín eran tres árboles frutales sin la mitad de las hojas y algunos rosales espinosos con cortes donde hubo capullos. A diez metros se terminaba el jardín con una valla pequeña, tras la cual se veía otra casa.

– Malik Kasimov, donde está usted? – Timidamente preguntó Tamara, buscando con los ojos a alguien en el jardín vacío. Dándose por vencida, se dirigió a Tikhon: – Seguro escuchaste pasos? —

– Sí. – Zakolov miró hacia la puerta abierta que daba de la casa al jardín. Ella se movía suavemente, ya sea por causa del viento o por un golpe fuerte que recibió. Él pasó la mirada hacia los árboles; las hojas no se movían. O sea, no es el viento! – Alguien utilizó esta puerta recién. —

– Kasimov, probablemente. Regresó a la casa desde el jardín para encontrarnos del lado del frente. – Se alegró Tamara y, con decisión, se acercó a la puerta abierta y, en voz alta: – Estimado Malik. Se puede? —

– No entres. Espera aquí!. – Tikhon detuvo a la muchacha, recordando que esos pasos rápidos que escuchó se alejaban, no que se dirigían a la casa. Bajó la voz: – No me gusta este juego del escondite. —

La puerta de entrada terminó de moverse. Se hizo el silencio. La sonrisa de alegría de la joven se transformó en una mueca y se instaló una máscara de temor en el rostro.

Zakolov apartó a la muchacha y, con cuidado, se dirigió a la casa. El piso de madera ante la puerta crujió bajo sus pies. Eso es bueno, pensó Tikhon. Su presencia no la puede esconder y que se escuchen pasos ajenos, no molesta.

En la cómoda terracita, ante la puerta, aparte de los dos sillones de mimbre, una mesita redonda y sobre ella, un bol y una tetera, unos estantes con libros y unos ganchos con ropa, no había más nada. Nuestro cineasta vive un poco desordenado, pensó Tikhon. Algunos libros y parte de la ropa estaban en el piso. Una personalidad exótica? Pero Tamara no dijo nada de eso.

De un tirón abrió la puerta de la siguiente habitación, protegiéndose con ella. La precaución se reveló innecesaria. El oscuro lugar estaba silencioso y solo había una luz titilante. En la terraza había un orden ideal en comparación con lo que Tikhon vio en esa habitación, la cual parecía un despacho. Ya desde el umbral, se tropezó con papeles, revistas y fotografías regadas por toda la habitación. El armario de libros estaba abierto y todo su contenido estaba tirado por el piso, todos los cajones del escritorio estaban abiertos. En el medio de la habitación estaba una silla volteada. En el rincón más lejano estaba un televisor prendido, sin volumen. Ese televisor daba una luz extraña ya que las cortinas, de la única ventana, estaban cerradas. En la pantalla un señor, bien vestido, hablaba.

A tres metros del televisor estaba un sillón alto. Al principio el sillón parecía vacío pero, cuando dio un paso hacia adelante, Tikhon vio, sobresaliendo del espaldar, la coronilla de una cabeza. La persona no se movía, ni siquiera ante la presencia del extraño; solo parecía mirar la pantalla insonora.

Tikhon hizo ruido caminando. Después tosió. La persona no reaccionó. Será que pasó la noche viendo la televisión y se quedó dormido? Pero por qué le cortó el sonido? Y quien corrió en el jardín?

Zakolov superó la primera inquietud y miró con más atención. La coronilla de la persona sentada en el sillón brilló extrañamente. A Tikhon incluso le pareció que era la cabeza de plástico de un maniquí. Alguien salió de la casa dejando una muñeca? Qué tipo de juego es ese?

Tikhon Zakolov, lentamente, rodeó el sillón. Su mirada no se apartaba de la lisa cabeza. Al principio el creyó distinguir el perfil de la persona, pero la mala iluminación no le permitió discernir del todo.

En la pantalla comenzaban unos documentales sobre la guerra. Mostraban la vida en las trincheras durante las noches. La habitación se hundió en la sombra. Dio tres pasos más y ya Tikhon estaba frente la oscura silueta en el hondo sillón. No era posible distinguir sus rasgos.

– Camarada Kasimov, – Tikhon dijo tímidamente. – Está durmiendo? —

Los viejos se quedan durmiendo viendo la televisión, pensó Zakolov y dio un paso adelante.

– Camarada Kasimov. – Tikhon se inclinó para sacudir al cineasta.

La mano ya llegaba al pecho de la persona sentada cuando en la pantalla aparecieron fogonazos de disparos de baterías “Katiusha”[8 - Katiusha: Apelativo de las baterías múltiples de misiles creadas en la Unión Soviética.]. La luz en la pantalla hizo ver la cabeza de un hombre canoso con una mirada de terror dentro de una bolsa de plástico. El muchacho dio un salto hacia atrás.

Los fogonazos en la pantalla se sucedían unos a otros y cada uno de ellos exponía un nuevo detalle del horrible cuadro. Los ojos brotados, la boca abierta, la bolsa de plástico amarrada al cuello, las piernas y brazos atados al pesado sillón. Pero cuando la pantalla mantuvo la iluminación constante, Tikhon observó lo más importante: En el lado izquierdo del pecho del hombre amarrado había una mancha de sangre.

Ya no había dudas. En el sillón estaba un cadáver en pijama azul.

11.– La Ciudad de los Muertos

Grigori Averianov gastó dos años en busca de personas que supieran algo sobre la estadía del paleontólogo Efremov en Khiva en 1944. El estudio de los archivos y los interrogatorios a los habitantes, durante visitas cortas, no fueron en balde ya que, como resultado, él encontró la casa donde el científico había estado varias semanas. Pero no hubo suerte ahí tampoco. En esa casa ya deteriorada vivía una nueva familia que nunca había visto al científico.

Un anciano, completamente sordo, que vivía enfrente vino en ayuda de los vecinos. Casi gritando, el abuelo contó que el anterior dueño de la casa, Ashmuratov, el comedido director del cementerio de la ciudad, el 9 de Mayo de 1945, cuando todos celebraban la victoria en la Gran Guerra Patria, agarró un sable bien afilado y en un arranque de ira, mató a la esposa. Después le cortó la cabeza al vecino, quien vino preocupado a causa de los gritos femeninos y, enseguida, atacó a cuatro policías armados. La lucha fue sangrienta. Ashmuratov mató a uno, hirió a otro, pero los otros agentes del orden lo bajaron a balazos.

Ashmuratov cayó aquí, descriptivamente mostró el anciano la puerta de entrada y, moviendo el índice dramáticamente, agregó, que pasó mucho tiempo para que alguien volviera a entrar a la casa maldita.

Preguntarle al viejo sordo acerca de la vida del director del cementerio antes de eso, fue inútil. Él culpabilizaba de la conmoción al espíritu del guerrero salvaje que salió de su antigua tumba e incitó al asesinato. Por esto, todo el cuento del anciano tomaba rasgos fantásticos.

Los archivos del Ministerio del Interior local confirmaron la evidencia de ese hecho trágico. En ese mismo archivo Grigori Averianov leyó que a la pareja de los Ashmuratov le sobrevivió un hijo de ocho años, Bakhtliar quien fue entregado a un orfanato en Tashkent.

La búsqueda del hijo de los Ashmuratov duró cerca de seis meses. El capitán Averianov encontró a Bakhtliar, ya de veintiocho años de edad, en la colonia Tobolskaia, un penal de máxima seguridad. A Ashmuratov, recientemente lo habían condenado a una segunda sentencia carcelaria por asalto a mano armada con lesiones corporales.

El delincuente reiterado, con cuello de toro y bíceps de acero, recibió al oficial de la KGB con gesto esperanzador pero, sabiendo que se trataba de los hechos del año 44, rápidamente se desentendió, bajó la mirada y decayó su ánimo.

– Jefe, dame un cigarrillo. – hoscamente pidió Bakhtliar, largo tiempo aspiró el cigarrillo y después, mirando al piso, dijo: – Yo recuerdo al tío Simeon. Así lo llamaba mi papá. Cuando él se instaló en la casa, mi mamá enseguida empezó a pelear con mi papá, porque aquel, de Moscú, venía a buscar la Ciudad de los Muertos. —

– La Ciudad de los Muertos? Que es ese lugar? —

– No sabes? Eso es raro. Yo pensé que tú venías por eso. Muchos quisieran ir allá. —

– Para…? —

– No sé. – Bakhtliar miró despreciativamente y calló.

– Ashmuratov, contesta la pregunta. – No se contuvo el oficial. – Que sabes de la Ciudad de los Muertos? —

– Está bien, jefe. Fue mi mamá quien me habló de eso. Muchos siglos atrás, el gran emir Tamerlán atacó a Khorezm. Él vino con su ejército a nuestra tierra varias veces. Khiva siempre mostró una resistencia desesperada, algunas veces hasta pagó rescate pero, de todos modos, fue tomada por los ejércitos de Tamerlán. El kan local y sus hijos habían construido un escondite subterráneo con entradas secretas y se escondió ahí. Tamerlán encontró una entrada y envió allí una escuadra armada. No regresó ninguno de sus soldados. Entonces Tamerlán envió una cantidad triple de sus soldados al subterráneo y no volvió ninguno tampoco. Entonces Tamerlán reunió una cantidad quíntuple de sus soldados de élite y, otra vez, los envió al estrecho túnel. Además, les ofreció, por la cabeza del kan, todos los tesoros que encontraran en el escondite subterráneo. Tamerlán esperó tres días, pero nadie volvió. Entonces, el furioso emir, ordenó liquidar una cantidad diez veces más de ciudadanos que sus soldados desaparecidos. Entonces llenó ese túnel de entrada con arcilla y todas las cabezas de los ejecutados para que nunca nadie pudiera salir de ahí. Desde ese entonces, a esos túneles bajo Khiva, los llaman la Ciudad de los Muertos. —
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