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Una esquirla en la cabeza

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– Soy yo, Murat. – se presentó el desconocido y sonrió más abiertamente.

– Murat?! – Tikhon reconoció al muchacho, el cual había encontrado hacía un año, en el patio del instituto. – Que estás haciendo aquí? —

– Yo vivo aquí, con mi abuelo. – Murat señaló hacia el lado donde estaba la choza.

– Ah, ¿tu abuelo es el brujo? – Tikhon preguntó, en voz baja.

– Que brujo nada. – se ofendió Murat. – Es un anciano sabio, ha vivido mucho, sabe mucho y a veces predice el futuro. Por eso es que la gente lo llama brujo. Pero entre nosotros, los kazajos, el nombre shaman se considera honorable. – Murat respiró hondo y agregó. – Es verdad que con frecuencia lo llaman brujo. —

– Predice el futuro? – preguntó, asombrado, Vlad.

– En eso no hay nada sobrenatural. El entiende las leyes de la naturaleza y la esencia del ser humano, y sobre esta base, saca sus conclusiones. Eso asusta a la gente bruta, pero ustedes son inteligentes, ¿no? En la entonación se sintió lo retórico de la pregunta.

Los muchachos asintieron inseguros. Zakolov estaba convencido de que, en la vida normal, los brujos no existían. Pero aquí, en el medio de esta estepa salvaje, no había visto nada normal, hasta ahora.

– A propósito, el abuelo los invita a la casa. – dijo Murat. – Vine para eso. —

– ¿Nos invita?, ¿a nosotros? – asombrado y cauteloso, preguntó Vlad.

– Si, vamos. Aquí se los van a comer los zancudos. En la choza no hay. —

Los hermanos Peregudov se miraron inseguros.

– Vamos. – se animó Tikhon. Los insistentes insectos lo tenían fastidiado.

Sin apuro, los muchachos se levantaron y silenciosamente siguieron a Murat. Cuando abandonaron el cono de luz, la oscuridad era total. Los estudiantes iban mirando al suelo con atención, para no tropezarse en ese camino desconocido. Solo Murat caminaba seguro y rápido. De vez en cuando, él se detenía para esperarlos.

Cerca de la choza se detuvieron. Aquí no llegaba ninguna luz artificial, y solo el brillo de las estrellas y el comienzo de cuarto creciente, permitían diferenciar el contorno de los objetos. Cerca de la entrada de la choza, en una pequeña estufa parpadeaban unos carbones apagándose. Hacia un lado se veían las siluetas de dos camellos grandes. Si estaban parados sin moverse, Tikhon no podía notarlo.

– Llegamos. – dijo, deteniéndose, Murat.

A Zakolov le pareció que la determinación, con la cual los había invitado, desapareció. En ese momento, en alguna parte, lejos, en la estepa, se sintió un aullido lastimero. Los camellos voltearon las cabezas en dirección del aullido y se quedaron quietos.

– Que es eso? – Vlad se estremeció.

– La estepa. – Murat lo dijo como si estuviera hablando de alguien vivo. Volteó y miró hacia la oscuridad. Después se dirigió a la choza a grandes zancadas. – El abuelo espera. —

Murat apartó una gruesa cortina de fieltro, la cual cerraba la entrada de la choza y entró. Los muchachos lo siguieron y entraron uno por uno.

La choza estaba iluminada por una lámpara pequeña de kerosén. El piso de la entrada tenía un felpudo y el resto del lugar estaba cubierto por alfombras variadas. Al lado de la pared lejana, frente a la puerta, en almohadones estaba sentado el viejo con su barba canosa, triangular y terminada en punta. Estaba vestido con una bata ancha, con filigranas, pero de colores suaves, y con un gorro pequeño, algo maltratado. Algo en el amplio rostro le pareció extraño a Tikhon, pero mirarlo fijamente era incómodo.

– Abuelo, traje a los estudiantes. – avisó Murat.

– Salam aleikum. – y tres veces el anciano inclinó la cabeza.

– Buenas noches. – los muchachos respondieron con deferencia.

– Pasen, siéntense. – propuso Murat, mirando al anciano, y les mostró las almohadas, que estaban colocadas alrededor de una vasija plana tapada con un paño sencillo. – Este es mi abuelo, se llama Bekbulat. —

Murat se quitó los zapatos. Lo mismo hicieron los muchachos. Cuidadosamente se fueron caminando hacia la alfombra y se sentaron en las almohadas dispuestas en forma circular. Murat presentó a Tikhon y miró interrogativamente a los gemelos. Vlas y Stas dijeron sus nombres, mirando con aprehensión, al anciano. Tikhon resultó al lado del dueño de la choza. El observó la posición de las piernas del viejo kazajo y trató de sentarse de la misma manera. Las rodillas se separaron, y al cabo de cierto tiempo la ingle le empezó a doler por la posición no acostumbrada. Los hermanos también trataron de sentarse de la misma manera, pero después no aguantaron.

El anciano destapó la vasija que estaba en el centro y, con un gesto, invitó a los muchachos a comer. La choza se llenó de un denso aroma de arroz caliente aderezado con especias. Primero fue el viejo que agarró una cuchara y tomó arroz de la vasija. Uno por uno, los muchachos tomaron sus cucharas y empezaron a comer. El arroz desmenuzado mantenía los diferentes sabores y un ligero olor de las brasas quemadas. Comieron en silencio. Los hermanos dijeron algunas palabras elogiosas sobre lo sabroso de la comida, pero el anciano sabio solo asintió con la cabeza y no dijo nada. De reojo, Tikhon miró al brujo del lugar, quien estaba sentado a su lado, pero solo vio una mejilla grande que escondía la nariz y los ojos.

Cuando el propietario de la choza terminó de comer y colocó la cuchara, Murat recogió la vasija vacía. En su lugar colocó cinco tazas iguales sin asas y una tetera grande de porcelana. Bekbulat miraba los movimientos del nieto y, una vez, asintió de manera discreta. Parecía que, bebiendo té, si se podía charlar.

Zakolov buscó un pañuelo en su bolsillo, para limpiarse los labios, pero sus dedos notaron el papel con el dibujo, que le había dado Anatoli Kolesnikov. De repente le vino la idea de preguntarle al anciano sobre el dibujo. Seguramente le gustará mostrar sus conocimientos del lugar.

– Abuelo Bekbulat, ¿usted no sabrá, por casualidad, donde está este lugar? – preguntó Tikhon y le dio al viejo el dibujo donde estaba el río, la cruz y los camellos.

El brujo tomó el papel, lo miró con atención y se quedó callado. El silencio duró largo rato. Tikhon pensó que el anciano no entendió el dibujo y le daba pena preguntar.

– Esa culebra es el río Sir Daria – explicó, acercándose al viejo, y pasando el dedo a lo largo de la línea curveada. Después mostró la cruz y preguntó: – Donde puede estar este lugar? ¿Usted no conoce aquí algo parecido? —

Tikhon quitó el dedo y apenas en ese momento se dio cuenta de que la crucecita tenía un trazo vertical más largo y por eso parecía la representación de un símbolo fúnebre. Zakolov se sintió incómodo por lo negligente del dibujo.

Ya no se sintió bien y se apartó, tratando de pasar desapercibido.

Bekbulat apartó la vista del dibujo y lentamente dirigió su rostro hacia Tikhon. Los párpados grandes de pestañas cortas casi escondían los ojos completamente dejando, apenas, unas delgadas rendijas oscuras. De repente esos ojos brillaron y el brujo dirigió una mirada penetrante al rostro de Zakolov. Dio la sensación de que la luz no se reflejaba en los ojos oscuros del sabio anciano, sino que brillaban desde adentro. Pero no fue eso lo que más golpeó a Tikhon. Sino que, bajo los ojos del viejo, allí, donde debía comenzar la nariz, se levantaba como una especie de gancho. Bajo él, había dos huecos feos. Nariz, como tal, no había. En su lugar, se veía una piel morada con cicatrices burdas.

Involuntariamente, Zakolov apartó la vista. Por esos detalles el rostro del viejo se veía perverso y provocaba miedo. No es extraño que lo consideren brujo, pensó Tikhon y trató de apartarse sin que se notara.

– Quien hizo el dibujo? – claramente preguntó el anciano.

– Un amigo. Pero eso no importa. – se apresuró a responder Tikhon. – Simplemente queremos buscar este lugar. —

– Para qué? – preguntó el brujo.

– Como decirle? – Zakolov trató de mirar a otra parte, pero los feos huecos y los ojos penetrantes del viejo se clavaron como arpones en su cara. Solo en este momento Tikhon consideró: Por qué Anatoli, que lo que es, es un comerciante, tiene interés en esta búsqueda? Para Tikhon, el dibujo y el mapa se veían como condiciones de un problema lógico interesante, que necesitaba una solución no standard. Y recordó que Anatoli habló de un camello particular. Había que explicarle eso al viejo. – Es posible que este lugar tenga algún interés desde el punto de vista de la arqueología o la paleontología. Queremos cavar ahí, simplemente. —

Tikhon sonrió afablemente, pero sus palabras no tranquilizaron al anciano. El brujo otra vez movió los ojos perturbado y se dirigió a Murat en kazajo.

– Mi abuelo pregunta que es paleontología. ¿Como explicarle mejor? – Murat tradujo la pregunta.

Tikhon trato de responder con palabras sencillas:

– Bueno, eso es cuando se buscan huesos y cráneos de hombres o animales que murieron y, a través de ellos, determinar, quien era, como murió y cuando sucedió. —

Bekbulat midió a Zakolov con la misma mirada penetrante, pero esta vez abarcó toda su fisonomía, como para recordar muy bien a la nueva persona. Después el sabio anciano devolvió el papel con el dibujo y medio afirmando, medio preguntando, dijo:

– Tu nombre es Tikhon? —

– Sí. —

– Vamos a beber té. – propuso Bekbulat y no dijo nada sobre el dibujo.

Murat llenó las tazas con té verde aromático. Afuera se escuchó un apagado, pero bien diferenciado grito, parecido a un aullido. Este era muy parecido al que los muchachos habían escuchado antes de entrar a la choza. Era alargado, monótono e inexplicablemente alarmado.

– Shikha. – se hizo escuchar Bekbulat.
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