Оценить:
 Рейтинг: 0

Una esquirla en la cabeza

Год написания книги
2020
<< 1 ... 8 9 10 11 12 13 14 15 >>
На страницу:
12 из 15
Настройки чтения
Размер шрифта
Высота строк
Поля

¿Cuántos saigas debemos cazar hoy? Cinco serían suficientes. Uno para mí, uno para Fedorchuk, un tercero para los muchachos de la comisaría. El cuarto, probablemente se lo doy al procurador. Claro, ellos podrían cazar los suyos, pero hay que mostrar cierto respeto, trabajamos juntos, tenemos un objetivo común. Hay que darles un macho, robusto, con cuernos largos.

Los militares aman esos cuernos que rompen cráneos, para ponerles barniz y ponerlos en cualquier placa de madera tallada. Entre los soldados hay bastantes que pueden hacerlo muy bien y los ponen bonitos. Y después esos oficiales se regalan, entre ellos, esas producciones de arte, fanfarroneando y bromeando. Viktor Petrovich tiene, por supuesto, de esos cuernos. Ahí, en la entrada de la oficina, tiene unos colgados. Es cómodo colgar la gorra ahí, inclusive lanzarla desde algunos metros.

Y la quinta pieza de la “compra”, se la llevamos a Kupchikha, Petelin pensó saboreándose. Esta kazaja Kupchikha, que vivaracha que es, vende vino y vodka tarde en la noche. Claro, todos los desvelados de la ciudad van para allá. No importa que quede a cuatro kilómetros, de todas maneras, van. ¿Y donde más puedes comprar? Los almacenes cierran a las ocho y los restaurantes a las once. Y en los almacenes no siempre hay vodka. Donde Kupchikha siempre hay, más cara, por supuesto. Eso es, la quinta saiga se la llevamos cuando volvamos en la mañana. Sería bueno que la saiguita sea joven, para que la carne sea más tierna. Y allá desayunamos. La diligente Kupchikha nos escogerá el filete más tierno y nos lo asará ahí mismo en el patio.

El mayor cerró los ojos y se imaginó un colorido acorde final en la suite de nombre “Caza de los saigas”. El olor de la carne sangrienta asada en un fuego vivo, en un aire matinal lleno de vida, multiplicador de un ya existente apetito de fiera, después de una noche movida, y con una buena vodkita.

¿Qué más hace falta a un tipo cansado, de regreso a su hogar con una buena producción?

“Pero donde diablos está Fedorchuk?” – de nuevo se disgustó Petelin y se sirvió otro medio vaso de vodka. La mitad del gran tomate rojo, carnoso y jugoso, resaltaba en la mesa. Bueno, vamos a terminar de comerlo, pensó Viktor Petrovich, levantando el vaso hacia sus labios.

De repente, la puerta de la oficina se abrió y en el umbral apareció Fedorchuk. Su mano derecha, pegada al pecho, estaba cubierta por un trapo grande y sucio.

– Dónde estabas? – de mal humor y sorprendido, gritó el mayor.

– Mire! ¿Para qué le cuento?! – indignado, el sargento levantó la mano izquierda.

– No. Cuenta! ¡Cuenta! – gruñó Petelin. Ya terminaba de comerse los restos del tomate. – Cuenta con detalles. —

– Mire! Le estoy diciendo. – Fedorchuk trató de concentrarse. – Derechito por la estepa regresaba. Todo iba normal, pero cuando doblé en la línea del tren apareció un pedazo de hierro grande, no lo pude evitar y le di. De algún tren se cayó, o de un tractor. Bueno, se metió bajo el carro cerca de la rueda y la trancó. Levanté el carro con el gato y traté de quitar la rueda. No pude, coño. Y usted sabe que no tenemos herramientas. Metí las dos manos y traté de sacar el pedazo de hierro con toda la fuerza. El carro se balanceó hacia mi lado, el gato voló, la rueda se rompió y ¡la palanca del gato me dio con fuerza en la mano! Mire. —

El sargento levantó el trapo sucio y mostró la mano.

– El hierro ese me rasgó la palma de la mano hasta el hueso. Y lo peor, por añadidura, es que no podía sacar la mano de debajo del carro. Y siquiera hubiera pasado un tipo por ahí, pero usted sabe, el desierto… Yo grité y grité, y empecé a excavar debajo de la mano. Al fin la saqué y mientras la limpiaba, afortunadamente tenía agua en el carro, pensaba como iba a levantarlo. El gato se había quedado debajo. Me traje el carro así, varias horas, la mano me duele mucho. Vine directo para acá. —

– Siempre te pasa algo. – murmuró el mayor. – Tenemos que irnos para la caza. —

– ¿Cual caza, camarada mayor? Me gustaría, pero tengo que ir al hospital. Es una herida seria en la mano. Mire, – Fedorchuk dio un paso hacia la mesa, se quitó el trapo otra vez y le puso al mayor la mano frente a la cara.

– Aparta esa mano. – arrugó la cara Petelin. – Tú eres el que siempre me llevas. ¡No se puede confiar en nadie! – El mayor miró la botella y se suavizó. – Tómate un trago y ve para el médico. —

El jefe y el subalterno se bebieron el resto del vodka. Petelin sacó otro tomate grande del maletín y lo cortó por la mitad.

– Come. – le alcanzó el fruto rojo a Fedorchuk. – Quedó bastante gasolina? ¿No nos pasamos del límite? —

– Hoy es primero de septiembre. Empieza un nuevo mes y tenemos un nuevo límite. En el tanque hay bastante. —

– Ya septiembre. – dijo, pensativo, Petelin e hizo un gesto hacia la mesa. – Déjame las llaves. —

El sargento puso las llaves en la mesa y preguntó, temeroso:

– Puedo irme? —

– Vete. —

Viktor Petrovich no quería, absolutamente, cambiar sus planes. Especialmente había dormido más que de costumbre, agarró todo lo que necesitaba, llegó a la oficina después de almuerzo, en traje de campaña, por cierto, nuevo. Con el intendente hizo un trueque por ancas de saiga. ¡Y el día siguiente lo tenía libre! Si no era esta noche, ¿cuándo tendría otra oportunidad así?

CAPITULO 14

Hassim. El escape desde China

Hassim, enseguida, tomó muy en serio las palabras del pequeño Shao, acerca del peligro que corría la caravana. El viejo Zhun ya le había advertido sobre algo semejante. El negocio con la pólvora se había hecho y engañar o mentir al experimentado comerciante chino no era posible.

Hacía muy poco que los chinos se habían liberado del poder de los mongoles y los habían expulsado al norte de la gran muralla. Durante muchos siglos la amenaza al imperio celestial vino de allá. Pero ahora, toda China miraba con preocupación hacia el occidente.

Allá había tomado fuerza el despiadado Tamerlán, y nadie sabía hacia donde dirigiría sus ejércitos la próxima vez. Desde tiempos antiguos los gobernantes de un país trataban de conseguir información de las ciudades y países vecinos a través de los comerciantes que transitaban sus tierras. Y frecuentemente, los datos obtenidos los utilizaban para conseguir pérfidos fines militares. Por eso, los poderes de todos los países se relacionaban con los comerciantes extranjeros de una manera cautelosa, sospechando siempre que eran espías.

Hassim sabía perfectamente como una noche, en la ciudad de Otrar, destrozaron una caravana que venía del país de Gengis Kan, considerándolos exploradores enemigos. En ese tiempo, en Asia central, todavía no sabían quién era ese kan Gengis, y pensaron que, de esa manera, lo iban a asustar. Pero eso solo hizo que Gengis se enojara a nivel de ira, y pronto todo Otrar fue cubierto en la sangre de miles de sus habitantes.

Por un momento, Hassim apartó sus pensamientos de preocupación y cariñosamente miró a su camella Shikha resucitada. Que milagro la salvó? El mismo había visto como ella había expirado. Y ahí está ella ahora, llena de fuerza. Solo la lana en las jorobas se encaneció.

El todopoderoso le da, otra vez, una buena señal. En una larga caminata, un camello más, nunca sobra.

Shikha miraba a lo lejos, hacia allá, de donde acababa de llegar junto con Shao. A Hassim le pareció, con asombro, que la mirada de Shikha, normalmente apática e indiferente como en todos los camellos de carga, ahora era aguda y de preocupación. ¿Solo le pareció?

Amanecía. El sol se levantaba sobre el valle. Shaken, el jefe de seguridad, intranquilo por las palabras del chino, ya había dispuesto la preparación rápida para el camino. Había que partir rápido, antes que aparecieran los perseguidores. Pronto estuvo lista la caravana para partir. Mientras esperaban, Shaken observaba a Hassim.

En esos momentos, Hassim siempre recordaba el dicho chino: Inclusive, un camino de mil millas comienza con el primer paso. ¿Cuantos pasos de esos ya había hecho él? Esta vez Hassim decidió quedarse al final de la caravana, para ser el primero para ver la posibilidad del peligro.

Todos esperaban su señal. Shikha estaba a su lado. “Oh, todopoderoso Alá danos la fortuna de salir con bien de China”, pidió en voz baja el comerciante.

Él quiso dar la orden de partida al principal conductor de la caravana, pero en ese momento, Shikha, emitió un quejido que le venía de las entrañas. Ella nunca se había quejado de esa manera. Hassim se volteó. Mirándolo fijamente estaban los grandes ojos preocupados de la camella. De nuevo hizo su extraño quejido y dirigió su cabeza hacia el lado de las montañas. A Hassim le pareció que ella quería decirle algo.

¡El mudo animal trataba de explicarle algo!

Shikha, de nuevo, lo miró particularmente, y de repente, Hassim, olvidándose de las preocupaciones, inmediatamente se sintió muy tranquilo y como si no estuviera en una tierra extranjera peligrosa, sino en su hogar. La camella se volteó y rápidamente se fue caminando hacia las montañas, moviendo las inusuales jorobas. Se alejó sin mirar hacia atrás. Hassim se le quedó mirando, y sin darse cuenta, hizo la señal para que la caravana la siguiera.

El camino trillado tomado por muchos de los caravaneros era por la llanura a lo largo del río. Ahí estaban los pueblos conocidos de Hassim, donde era posible conseguir comida, descansar y conocer las últimas noticias. Más adelante donde el río hacía una curva fuerte había un puente, el cual utilizaban todos los viajeros. ¿No fue de este puente que advirtió Shao? Puede ser que los chinos pensaran que el extranjero Hassim quisiera volar ese puente. Entonces, justo por este camino, los ejércitos chinos iban a perseguir la caravana.

Pero Shikha escogió otro camino; por los pasos montañeros. Por ahí, las caravanas comerciales nunca iban. Hassim no conocía este camino, pero cuando él ordenó a la caravana seguir a Shikha en dirección a la montaña, estaba inusualmente tranquilo y seguro de haber tomado el camino correcto.

Después de algunas horas, la caravana ya subía por la serpentina de la montaña. En una de las curvas, Hassim, como iba de último, miró hacia atrás. Abajo se abría la llanura que hacía poco habían abandonado. En ese lugar ya amanecía, y el conjunto de fogatas apagadas mostraba donde acampó el ejército de jinetes armados. El sol brillaba en sus cascos. Hassim dedujo que estos eran los perseguidores. Ya los caballos estaban listos y entonces los jinetes se lanzaron al galope, hacia el oeste, por el camino caravanero principal.

Rápidamente, Hassim se escondió tras un peñasco, cuidándose de que los chinos no vieran su pequeña silueta.

CAPITULO 15

Encuentro con el brujo

Los hermanos Peregudov, tensos, miraban hacia la oscuridad, sin importarles las picadas de los zancudos. Era obvio que la desagradable y extraña voz los había asustado mucho.

En ese momento, la negra neblina homogénea se puso en movimiento. Algo en ella se balanceo y a la luz, sin hacer ruido, apareció una figura oscura. El aparecido estaba vestido con una burda chaqueta acolchada y abierta, y sobre la cabeza un feo y grande sombrero de fieltro, terminado en punta, y cuya visera le oscurecía el rostro.

El primer pensamiento de Zakolov fue: ¿este es el famoso brujo? ¿Pero como supo mi nombre?

El desconocido se acercó, la sombra en la cara disminuyó y a la luz se mostró un rostro plano, con ojos rasgados y una sonrisa tímida.

No, pensó Tikhon, el brujo debe ser viejo y este, aunque está vestido extrañamente, es joven y sin barba. ¡Espera! A Tikhon le parecieron unos rasgos conocidos en el rostro kazajo. En alguna parte, él ya había visto esa sonrisa tímida, también, saliendo misteriosamente de la oscuridad.
<< 1 ... 8 9 10 11 12 13 14 15 >>
На страницу:
12 из 15

Другие электронные книги автора Sergey Baksheev