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Una esquirla en la cabeza

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– Llegamos. – ruidosamente informó Fedorchuk cuando detuvo el carro. – Aquí está su cueva. ¡Un hueco en ninguna parte! Pero para la juventud está bien. Perdido y lejos de la familia. ¿Es así, muchachos? —

– De todas maneras, estamos lejos de ellos. – Zakolov respondió por todos. – Y cincuenta kilómetros más, no significan nada. —

– Si, es una residencia. – asintió el sargento, recordando donde los había recogido. – De todos modos, aquí no es la ciudad. Aquí es otra cosa. —

Los muchachos salieron del auto y consideraron el lugar. En la estepa pelada, sin árboles y sin siquiera arbustos, estaban dos galpones alargados. Por los restos lamentables del cubrimiento de yeso que tenían, se podía adivinar que alguna vez las paredes fueron blancas. Entre los galpones había una mesa larga cubierta en un cobertizo. De un lado del toldo había una especie de parrillera con una gran plancha de hierro y la cual estaba prevista, aparentemente, alimentar con leña. A su lado, en una pequeña construcción de ladrillo, había un tonel para agua. Al otro lado estaban los baños, con paredes de madera. Todo esto estaba cubierto de polvo.

– Hace tiempo no venía nadie. ¡Dos años! Los mandaron para la mierda a ustedes, y de todos modos tienen que agradecer – Esto lo dijo Fedorchuk muy alegremente, como si tratara de espantar el silencio acumulado.

Después del zumbido ruidoso del “UAZ”, el silencio traía inquietud.

– Ahora, este es su campamento. Ahí están los galpones, ¡solo falta la alambrada con púas! – El policía se carcajeó solo con la voz, manteniendo la mirada seria como un director de orquesta, que, con un chiste rutinario, trata de despertar la sala al comienzo del concierto. – Es la tercera vez que traigo estudiantes para acá. Controlo la parte policial. La primera vez todo pasó bien, pero la segunda, faltó uno. Veremos cómo será ahora. —

Después de estas palabras, el sargento Nikolay Fedorchuk calló, como si recordara algo.

– Que pasó la segunda vez? – preguntó Vlad, sintiendo en las palabras del sargento una insinuación.

– Yo les aconsejo que, primero, preparen los sitios de dormir y la cocina. – Fedorchuk, de nuevo, había pasado al tono de alegría e ignoraba la pregunta de Vlad. – Y ahora, recojan sus provisiones. —

El policía abrió la maleta del “UAZ”. Ahí, tras los asientos, había un par de botellones de agua en medio de un montón de tablas sueltas.

Como a trescientos metros de los galpones había una especie de choza de la estepa con paredes descoloridas pero que nunca habían sido elegantes.

– Allá vive alguien? – preguntó Tikhon al chofer.

– Un viejo kazajo, de barba blanca. Yo creo que tiene como cien años aquí. Ya estaba aquí cuando estos galpones no se habían construido. De común acuerdo con el instituto, él cuida de estos galpones. La gente del lugar lo considera un hechicero. —

– Hechicero? ¿Qué es ese delirio? Yo creía que ya habíamos hablado inteligentemente de eso en el carro – Dijo Tikhon, asombrado.

– Delirio o no, yo no sé, pero de él se dice cada cosa. Los lugareños no opinan, temen. Si no, hasta el último bombillo se lo llevarían. —

– Hay que ir hasta allá y decirle que somos estudiantes y no ladrones. – propuso Vlad.

– Pero yo no voy. De todos modos, él ya lo sabe. – y mirando de reojo a la choza, Fedorchuk se persignó.

– Como? ¿A él le informaron? – Preguntó Vlad, también en voz baja.

– Yo creo que él lo intuye. – el sargento dijo misteriosamente, después pasó a hablar con su voz alta normal. – Por allá, lejos, está el río. Y del otro lado, más lejos todavía, están los campos de arroz, donde tienen que echarle pichón. —

Fedorchuk se rio de su propio chiste. Tikhon miró hacia la dirección indicada. A lo lejos, sobre la estepa amarillenta, apenas sobresalía un terreno relleno y aplanado.

– Vamos a revisar si hay algo utilizable en los galpones. – propuso el policía. – Puede ser que el brujo nos haya dejado un muerto. —

– Usted siempre bromea? – se disgustó Stas.

– Cual broma? Hace dos años no conseguimos un cuerpo. —

Ahora fue Zakolov quien no pudo contenerse. Se paró frente al sargento y le dijo con dureza.

– Diga Fedorchuk, ¿qué es eso que usted insinúa a cada rato? —

– Mmmm. – se enredó el sargento y dijo – El jefe me dijo que no los asustara mucho con historias viejas. —

– Cuente, cuente. – Le exigió Tikhon – Con sus omisiones nos asusta más. —

– Si, seguro que a ti te asusto. – se burló Fedorchuk. – Está bien, salgamos de eso, pero no fue nada horroroso. Hace dos años vino, como jefe de la brigada, el profesor Bortko de su instituto. ¿Han oído sobre él? No, claro, ustedes sólo tienen un año aquí. Simeón Mikhailovich Bortko era profesor de las materias del partido: historia del PCUS[5 - Nota del traductor: PCUS: Partido Comunista de la Unión Soviética.], filosofía y cosas de ese estilo. Como nos enteramos después, el vino porque quería estudiar la economía agrícola, no en teoría, sino en la práctica. Tenía sus ideas sobre eso, y ya estaba preparando una carta para las autoridades en Moscú. Pero eso no es importante. Lo importante es que un día desapareció. Desapareció sin dejar huellas. Aquí mismo. Todo el mundo lo acababa de ver y, de repente, ya no estaba. Después obtuvimos todos los detalles. El presidente del koljoz nos llamó. Yo vine para acá, con el jefe, Viktor Petrovich Petelin. Tú lo conoces, ¿verdad Zakolov?

Tikhon asintió, pero estaba muy pendiente del cuento del sargento.

– Bueno, llegamos aquí enseguida después de la llamada. Al principio pensamos que era una tontería, inclusive que podía ser una broma. Los estudiantes son tremendos, siempre están inventando algo, sobre todo si es un grupo grande. Pero resultó que era un asunto serio. Volvimos al día siguiente. Hasta ese momento, aunque los estudiantes estaban asombrados por la desaparición, pensaron que en la mañana el profesor aparecería. De todas maneras, ellos no podían comunicar eso antes. No hay línea telefónica. Bueno, llegamos Viktor Petrovich y yo, interrogamos a todos, y nos hicimos una buena idea del asunto. Eso sucedió antes de la cena. Todos los estudiantes habían vuelto del campo de arroz, o sea, había muchos testigos. Y entonces empezó una discusión entre el profesor y los estudiantes sobre este mismo brujo. Bueno, existe la materia y existe la conciencia. La materia es primero, y el pensamiento sin la materia no existe; y cosas así… Y ahí, uno dijo, que puede ser al revés. Que el flujo del pensamiento puede influir sobre la materia, y que el brujo local se dedica a eso… Y aquí, Simeón Mikhailovich se salió de sus casillas. “eso es ignorancia, – dijo – la filosofía marxista leninista no nos enseña eso. Ahora voy a traer al brujo ese y ustedes se convencerán que no es sino un viejo retrasado y medio analfabeto. Que sólo puede confundir cerebros más analfabetos que él, y no estudiantes soviéticos adelantados”. Y salió derecho a la choza. Allá.

Fedorchuk señaló la choza. Todos los muchachos lo siguieron, curiosos, con la vista.

– Todavía no estaba muy oscuro. – Fedorchuk continuó el cuento. – Todo se veía perfectamente, y decenas de ojos vieron como Bortko se dirigía a la choza. Inclusive dos estudiantes fueron tras él, pero se detuvieron ante la choza y no entraron. Y he aquí, que en el preciso momento en que Bortko entraba en la choza, desde aquella esquina del galpón, – Fedorchuk señaló al lado contrario – apareció el viejo brujo sobre un camello. Este resopló o mugió, no sé qué ruidos hacen esos jorobados, y todos los estudiantes voltearon hacia él. Uno de los estudiantes le dijo al viejo: “Él fue a su casa” y señaló a Bortko, quien ya entraba en la choza. El brujo miró hacia allá, puso cara de preocupación, algo gritó y corrió hacia la choza en el camello. No le gustó que entraran a su casa sin estar él. Eso se entiende. Cuando llegó cerca de la puerta, se bajó del camello, entró y enseguida invitó a los dos estudiantes a entrar.

Fedorchuk calló, prendió un cigarrillo y fumó.

– Bueno, así son las cosas. – Pensativamente miró hacia la choza.

– Luego, ¿que? – Tikhon no aguantó la larga pausa.

– Luego? – Fedorchuk, confundido, miró la casa. – Luego, nada. Simeón Mikhailovich Bortko no estaba en la choza. Allá no había nadie. La choza estaba vacía. Lo confirmaron los dos muchachos, quienes entraron primero, y el brujo, y los otros estudiantes que entraron después para ver con sus propios ojos. Petelin y yo llegamos la mañana siguiente. Revisamos la choza, por supuesto. No había ningunos muebles y era imposible esconder algo. Y además, para que iba a jugar a las escondidas el respetable profesor? —

– Extraña historia. – dijo, pensativo, Tikhon.

– Así son estos lugares. – con mirada aprensiva, Fedorchuk recorrió con la vista los alrededores.

– Y pasó mucho tiempo entre la entrada de Bortko en la choza y la de los estudiantes? – preguntó Tikhon.

– Dos minutos. ¿Cuánto tiempo se necesita para ir, en camello, de aquí hasta la choza? Y nosotros revisamos las paredes de la choza. – puntualizó Fedorchuk, previendo la siguiente pregunta. – El soporte es de maderas cruzadas. Una persona no puede pasar por esos espacios pequeños. Los estudiantes estaban cerca, no se oyó ningún ruido. —

– Y, de repente, Bortko no entró, sino rodeó la choza y se escondió en la estepa. – planteó Tikhon.

– Ahora se puede decir cualquier cosa. En aquel entonces todos dijeron que vieron a Bortko entrar en la choza. Y la estepa no es un bosque, no te puedes esconder muy rápido. Yo mismo pensé que pudo ser un espejismo. O el brujo hipnotizó a todo el mundo. ¡Y todavía! Al día siguiente el joven teniente Andrei Martynov se trajo un perro para buscar al profesor. Nosotros no tenemos sabuesos en la comandancia, pero un conocido de Martynov tiene un perro entrenado. Al perro le dieron cosas de Bortko para oler y lo soltaron. Al llegar a los galpones dio vuelta y se dirigió derecho a la choza. Entró, olió, hizo muecas y enseguida saltó y salió. Comenzó a frotarse, a lamerse, su boca se le hinchó y le salió saliva. Después se cayó y empezó a convulsionar. Estiraba las patas, chillaba como un niño y murió. El teniente lloró. Y hasta a mí me salieron lágrimas, viendo sufrir al perrito.

– Y que le había pasado al perro? – preguntó Vlad.

– Mientras moría el sabueso, el brujo sacó un escorpión negro de la choza. Dijo que el alacrán había picado al perro y él lo sostenía como si nada. Dejó caer la mano, el escorpión cayó al suelo y se fue. ¿Que tal!? – Fedorchuk sacó otro cigarrillo y, muy nervioso, fumó otra vez. – Las cosas y documentos del ciudadano Bortko se quedaron aquí. Todavía esperábamos que el apareciera por su casa o se encontrara en algún otro lugar. Pero desapareció su profesor, sin dejar huellas, desapareció. —

El sargento terminó de fumar callado, con los ojos entrecerrados por el humo del cigarrillo sin filtro, aplastó la colilla y se acercó a la puerta del galpón. Los muchachos también callaron. Después de esa historia recorrieron con la vista, de nuevo, el extraño lugar: con atención y cautelosos.

En la puerta del galpón había un candado. Fedorchuk hurgó en sus enormes bolsillos y sacó un manojo de llaves. Probó, en el candado, una llave tras otra, hasta hallar la apropiada. El candado oxidado hizo ruido con las vueltas de la llave hasta que, al fin, abrió su pesada argolla. Bajo la mano del sargento la puerta chirrió desagradablemente, se columpió hacia afuera y descubrió una boca negra rectangular. Arriba, como un diente curvo, apareció un colgandejo. Fedorchuk medio arregló el cuadro de la puerta y cruzó el umbral.

Dentro del galpón, de un lado, había un largo corredor, y enfrente, unos grandes compartimientos cerrados. Los muchachos entraron al estrecho corredor tras Fedorchuk y miraron por una de las puertas. En la habitación semi oscura había literas metálicas sin ropa de cama. Nikolay Fedorchuk accionó el interruptor de la luz. No se prendió ningún bombillo.

– Ah! Hay que prender el interruptor principal. Allá en la última columna. Después entramos. —

– Hay que abrir las ventanas, para el aire. – Vlad se dirigió a las ventanas polvorientas y las abrió.
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