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Una esquirla en la cabeza

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Ya estaba claro que la partida sería al día siguiente, pero hoy era necesario enviar una avanzada de tres estudiantes que prepararían el lugar para la llegada del resto. A Vlad Peregudov lo nombraron responsable de todo el equipo. Él, junto con su hermano gemelo, Stas, también vivía en la residencia. Ambos ya habían servido en el ejército e ingresaron en el instituto después de pasar una escuela preparatoria.

Vlad tomó su responsabilidad muy seriamente e informó que él y su hermano serían de la avanzada. Tikhon se imaginó que, por ser el último día de vacaciones, en la noche habría una borrachera generalizada y entonces se anotó como voluntario en la avanzada. Sasha se excusó y dijo que él, absolutamente necesitaba ir a la biblioteca y revisar los libros de teoría de grafos. En los últimos tiempos tenía la insoportable picazón de demostrar la conjetura de los cuatro colores.

Cuando Zakolov y Evtushenko se alejaron de la muchedumbre bulliciosa, hasta ellos se acercó alguien que esperaba ansiosamente este momento, Anatoli Kolesnikov.

Antes de su boda, Anatoli compartió, varios meses, con ellos, una habitación en la residencia. En ese tiempo, A Boris lo habían corrido de la residencia por “comportamiento indebido” con una muchacha. Estaba muy tomado y se puso a molestar muy impertinentemente a una atractiva estudiante, eso llegó a los gritos y ropa arrancada. La muchacha, entonces, se quejó al director de la residencia.

Boris entonces se mudó a donde Igor Lisitsin, un conocido de Moscú, quien estudiaba en un curso superior. Igor vivía en el edificio vecino, la residencia de los oficiales, en una habitación individual. Su padre había servido en esta ciudad, pero hacía un año se había ido a Moscú. Antes de su partida había podido acomodar a su hijo en esa residencia. Igor se había instalado ahí y aun cuando aparecieron puestos libres en la residencia estudiantil, no quiso mudarse.

El asunto fue, que él se apasionó con el juego de Preferans[3 - Nota del traductor: Del francés: préférence— Un juego de cartas originario de Rusia.], estudió todas las sutilezas del juego y se convirtió en un maestro. El juego siempre se hacía por dinero y entre los oficiales, que no tenían un sueldo bajo, Igor Lisitsin encontraba oponentes adecuados. Aunque, frecuentemente, las apuestas eran en kopeks, Igor, con regularidad, todos los meses se ganaba su buena suma. Él le pagaba al director de la residencia de oficiales por el derecho a seguir viviendo ahí y en buenas condiciones. Las habitaciones de la residencia estudiantil siempre estaban muy llenas y los demasiado inquietos estudiantes llevaban un estilo de vida muy desordenado, lo que no convenía al calculador Igor.

Anatoli Kolesnikov le tenía mucho respeto a Tikhon Zakolov, no por su gran talento para el cálculo rápido (los números abstractos no le interesaban a Anatoli), sino después de un asunto útil muy especial.

En la residencia, Kolesnikov mercadeaba cigarrillos búlgaros, que eran difíciles de encontrar. El jefe de mesoneros del principal restaurant de la ciudad le entregaba tres cartones de cigarrillos “BT” y tres de “Opal”, 10 cajetillas en cada cartón. Para no enredarse con sencillo, Anatoli vendía 2 cajetillas de “BT” por 1 rublo y 3 cajetillas de “Opal” por 1 rublo. El negocio iba bien. Por 30 cajetillas de “BT” él obtenía 15 rublos y por 30 de “Opal”, 10 rublos. Total, 25 rublos.

Un día, Anatoli decidió optimizar la venta. Razonó: ¿si vendo 30 cajetillas de a 1 rublo por cada 2 y 30 cajetillas de a 1 rublo por cada 3, no sería mejor vender de una vez 5 cajetillas por 2 rublos?

Dicho y hecho. Habiendo vendido la mercancía por el nuevo esquema, Anatoli contó su ganancia y en vez de 25 rublos, ¡tenía 24!

– Me robaron – fue lo primero que pensó. Y miró, con sospecha, a Zakolov y Evtushenko. Media hora estuvo dudando hasta que expresó su descontento.

Zakolov se carcajeó.

– Anatoli, divide 60 cajetillas entre 5 y multiplica por 2 rublos. ¿Cuánto obtienes? – 24. —

– Y entonces, ¿que quieres? —

– Que se hizo el otro rublo? – todavía desconcertado Kolesnikov.

Zakolov, quien no era fumador, se rió todavía más y le recomendó:

– La próxima vez vende 30 cajetillas de “BT” y 60 cajetillas de “Opal”, ¡tendrás tu rublo de nuevo! —

– Como así? —

– Con el sistema original de venta, por 30 cajetillas de “BT” tu obtenías 15 rublos y por 60 de “Opal”, 20 rublos. Total: 35 rublos. Ahora calcula vender todo por 2 rublos 5 cajetillas.

Anatoli calculó. Y en lugar de 35 le daba ¡36 rublos!

– Cual es el truco? – Le insistió a Zakolov.

– Anatoli, por que no recuerdas el álgebra? No se puede promediar de esa manera como lo estás haciendo. Mira, – Tikhon le escribió, en un papel, su error. – Si quieres seguir vendiendo de la nueva manera, entonces toma 30 cajetillas de “BT” y 45 de “Opal”. De ambas maneras obtienes 30 rublos. —

Kolesnikov se convenció de que la matemática en el comercio no está demás, y desde ese momento vio a Zakolov con respeto.

Aunque el coronel Timofeev le pidió a Anatoli que no le contara a nadie acerca del extraño suceso, éste no aguantó y, sin mencionar nombres y lo del tesoro, le dijo a Tikhon lo que le había sucedido a uno de los pilotos. El esperaba que el inteligente estudiante lo ayudara a sacar provecho de esa información.

– Claro! ¡Es lógico! Ya lo había pensado. – saltó Tikhon, cuando terminó de escuchar a Anatoli.

CAPITULO 8

Hassim y el “dragoncito”

El comerciante Hassim abandonó los dominios del todopoderoso Tokhtamysh altamente preocupado. Desde Sarai dirigió la caravana hacia el sur, pero al llegar al principal camino caravanero, el cual muchos llamaban la ruta de la seda, no dobló hacia el oeste, hacia Europa. Él sabía que en los puertos árabes y turcos no se encontraba el diabólico polvo que se encendía y que le había encomendado el kan y atravesar el mar para ir a la desconocida Europa, nunca se hubiera atrevido.

El mar y los barcos, eso no era para Hassim. Hombre de estepa, Hassim estaba acostumbrado a confiar en el suelo duro bajo los pies y los resistentes camellos.

Dirigiendo una última mirada hacia el norte, donde en la ciudad de Sarai se quedó detenido “como invitado” su joven hijo, Hassim dobló la caravana hacia el este. Él había decidido seguir el camino hacia la lejana China. Allá, él había tenido la oportunidad de ver muchos fuegos artificiales. Para su producción los chinos utilizaban un polvo que se quemaba. Por sus propiedades ese polvo se parecía mucho a la pólvora que Tokhtamysh le había ordenado conseguir.

El camino a través de tierras intranquilas, fue largo y Hassim llegó al imperio celeste enseguida después del año nuevo chino. En cada ciudad él preguntaba a los comerciantes por la pólvora. Pero esta mercancía ningún vendedor serio la guardaba.

La pólvora la producían en pequeñas tiendas, pero era para divertirse y para los fuegos artificiales del año nuevo. Cuando la fiesta terminaba, ya nadie necesitaba el extraño polvo y los artesanos volvían a la producción de las cosas útiles de todos los días.

En su búsqueda de la pólvora, Hassim ya había recorrido cientos de kilómetros en territorio chino, cuando llegó a la grande y activa ciudad de Dunhuang. Y ahí, por fin, tuvo suerte. Por eso estaba tan contento esa tarde y rezaba arrodillado, dándole las gracias a Alá y recordando a su hijo Rustam quien se había quedado como rehén.

En Dunhuang vino en su ayuda el viejo y experimentado comerciante Zhun. El mismo chino Zhun nunca había salido a países lejanos. Dedicándose al comercio, toda su vida había vivido en su ciudad natal, pero sabía perfectamente donde, qué y por cuanto se podía comprar en un radio de decenas de kilómetros. Zhun vendía mercancía local a los caravaneros y a cambio recibía la mercancía extranjera.

Cuando Hassim dijo la cantidad del extraño pedido: veinte sacos, el astuto Zhun, en lugar de bajar el precio por la compra al mayor, dijo que no era posible, ese pedido no se podía cumplir ni siquiera en un mes y por lo tanto el precio por saco subiría. Hassim, con una sonrisa y bromeando, como era lo acostumbrado, trató de regatear, pero Zhun, con un gesto amable, lo detuvo:

– Hassim, yo no te pregunto para que necesitas tanta pólvora. Créeme, hay un gentío en mi país y allá, en el tuyo, que les gustaría muchísimo saber la respuesta a esa pregunta. Como decían nuestros antepasados: la palabra es plata, pero el silencio es oro. – El viejo Zhun cerró los ojos y se puso la palma de la mano en la barriga, como si estuviera cansado de la conversación.

– Bueno, yo vine fue por té. – pensativo, dijo Hassim. – Por el mejor té chino. —

– Se lo diré a todos. – Asintió Zhun.

Al fin y al cabo, se pusieron de acuerdo en diez sacos, los cuales estarían listos en dos semanas. En ese momento Hassim le preguntó a Zhun si sería posible obtener también la receta de preparación de la pólvora.

– Estoy listo para pagar lo mismo. – y dijo la suma.

Zhun miró con atención a Hassim y movió la cabeza.

– Los maestros chinos enseñan sus secretos solo a sus hijos. Si el maestro no tiene hijos, se lleva su secreto a la tumba. Afortunadamente, las mujeres chinas paren mucho. —

Hassim no discutió, pero su gran experiencia le decía que si no te venden algo es porque no propusiste un precio adecuado o no te dirigiste a la persona correcta.

El viejo y astuto chino se despidió, y Hassim ordenó a su sirviente más avispado que lo siguiera. El plan funcionó.

Al día siguiente Hassim se enteró de que, a una hora de camino, en las colinas cercanas, hay una pequeña aldea, donde los chinos sacan el carbón. Y que Zhun visitó una de las casas que está al borde de la cantera. El sirviente regresó inmediatamente a la ciudad.

Hassim, para las apariencias, estuvo comprando té en los alrededores de Dunhuang durante tres días, y después se fue a la pequeña aldea. El dueño de la casa en cuestión era el pequeño y cara redonda Shao. Los ojos avispados bajo el sombrero cónico lo convencieron de que con Shao podía ponerse de acuerdo. La larga, y sin apuros, conversación, produjo sus frutos. Shao sacudió su coleta grasienta, la sonrisa se le extendió de oreja a oreja y sus dos pequeñas manos estrecharon, agradecidas, la de Hassim.

Aunque el chino no aceptó vender la receta del polvo maravilloso, prometió que, en el transcurso de una semana más, prepararía diez sacos más, y por el precio que le había dicho Zhun. Era indudable que este había sido, también, un gran éxito comercial. Después de esta transacción podría regresar rápido a Sarai y liberar a su hijo. El gran kan Tokhtamysh estará satisfecho con esa cantidad de la mercancía secreta.

Cumplido el plazo prometido, bajo un crepúsculo azul, en un lugar desértico, fuera de la ciudad, Zhun le entregó a Hassim la mercancía acordada.

Cuando Zhun recibió el dinero, le aconsejó: – Ahora regresa a tu casa rápido. – Yo te voy a guardar el secreto, pero en China hay demasiados ojos y oídos. Estos tiempos son difíciles y a alguien puede interesar tu compra no habitual. Apenas nos logramos desembarazar de los mongoles y aquí no confiamos de los extranjeros del este. —

– Voy a comprar un poco más de buena seda china para no llevar camellos ociosos y partiré. – prometió Hassim.
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