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Una esquirla en la cabeza

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Shikha dobló sus patas delanteras, el chino descendió rápidamente y le hizo una reverencia a Hassim. Shaken lo siguió de cerca, mirando sus manos.

– Señor – Shao se apuró a explicar. – Como usted me lo pidió, yo me preparé para enterrar a la camella. Ya había abierto el hoyo en la tierra, pero ella, de repente empezó a respirar, empezó a moverse y se levantó. Mientras se iba levantando, ahí mismo, sus jorobas se blanquecieron. Pasó tan rápido que yo me asusté. Pensé que un mal espíritu se había metido en su cuerpo. Si hubiera sido así, yo lo hubiera sabido viendo el mal en los ojos de la camella y la hubiese muerto de nuevo. Pero ella tenía una mirada limpia. Shaitan[4 - Nota del traductor: Del árabe: Shaitan – el diablo.] no puede disfrazarse así. Entonces decidí traérsela a usted. Yo no sabía cuál camino ustedes habían tomado, ya estaba oscuro y no se veían las huellas. Pero ella misma – y con respeto, señaló a Shikha – rápidamente y sin dudar, escogió el camino. Me parecía que ella, cuidadosamente, olía el aire antes de tomar alguna dirección. —

Con una mezcla de asombro y preocupación, Hassim observaba a Shikha, quien estaba echada sobre sus rodillas callosas. En su cabeza se veía la gran esquirla férrea. Parecía que la esquirla estaba más metida, que el día anterior, en el cráneo del animal. Hassim estiró la mano para tratar de sacar el pedazo de hierro curvo, pero la camella, ostensiblemente, apartó la cabeza y se levantó.

– Señor, hay otra cosa que quería decirle. – Shao le habló en voz baja mirando a Shaken. Hassim, con un gesto, le dijo que Shaken era de confiar. El chino continuó – Ayer, apenas ustedes se habían ido, llegaron unos soldados. Preguntaron cuándo y hacia donde se fue su caravana. Por la conversación de ellos entendí que los de arriba se habían enterado de su compra. Ellos piensan que ustedes son espías de Tamerlán y vienen para destruir los puentes importantes. Tienen la orden de apresarlos. – Shao calló. Entonces hizo las reverencias y se despidió. – Tengo que irme rápidamente, no deben verme aquí. —

Una vez más Shao hizo una inclinación con humildad y, rápido, se alejó en la dirección contraria. Él se dirigió directamente hacia el este y ya pronto no podía mirársele bajo los intensos rayos del Sol levante.

Hassim entrecerró los ojos y vio como la brillante luz se tragó la delgada figura bajo su sombrero triangular. Y preocupado pensó como, bajo esa luz, y de ese lado podía aparecer un ejército de chinos armados. ¿Podría él escapar de eso?

El Sol, cada día, subía más y más, y con indiferente terquedad inexorablemente acercaba la primavera. Y antes de su apogeo él debería estar en la Horda de Oro. Allá languidecía el joven Rustam y Tokhtamysh, en cualquier momento, podía perder la paciencia.

La camella Shikha también volteó la cabeza hacia el lado de Dunhuang y profundamente aspiró el aire con sus fosas nasales bien abiertas. Claramente, ella sentía el peligro que podía venir de allá. El peligro venía de la gente y estaba destinado a otra gente. Estos animales bípedos no pueden compartir este mundo tan grande, pensó Shikha.

CAPITULO 11

Un lugar extraño

Zakolov llegó a la residencia estudiantil y lo primero que hizo fue visitar a los gemelos Peregudov. En la residencia los llamaban los yorochos, enfatizando el Yo. Estos estaban concentrados preparando sus morrales. En sus movimientos se veía fundamento y experiencia.

– Que debo llevar? – preguntó Tikhon.

– Ropa sencilla y calientica. Y comida para el primer día. – respondió Vlad, el jefe del grupo.

De los dos gemelos, a ese lo consideraban el mayor. Como ellos mismos contaban él había nacido quince minutos antes. Y aunque él era extraordinariamente parecido a Stas, se veía y hablaba más sólido.

Tikhon se fue a su habitación y rápidamente metió, en una bolsa, ropa para trabajar y dos latas de carne conservada, que había traído el día anterior de la casa paterna.

A la media hora, por la ventana, se oyó la corneta de un automóvil. Los gemelos llegaron corriendo a la habitación.

– Vámonos. Nos vinieron a buscar. – dijo o Vlad, o Stas. Los dos vestían chaquetas de lona verde y sombreros de soldado con los lados plegados, de tal manera que Zakolov no podía diferenciarlos.

El automóvil que los llevaría resultó ser un “UAZ” de la policía con una banda ancha azul a lo largo de la carrocería. Al volante iba el sargento Fedorchuk, bien conocido por Zakolov por el asunto del año anterior sobre la desaparición de las estudiantes. El sargento reconoció a Tikhon.

– Mira quien está aquí! Un viejo conocido – Casi gritó el sargento.

– Conocido, pero joven. – bromeó Tikhon. – Le deseo buena salud camarada general! Aquí estamos estos tres vagabundos a sus órdenes —

– Nada de etiqueta, por favor – las puntas del bigote se levantaron un poco, mostrando que le gustó como se dirigieron a él. – Soy Nikolay o simplemente Niko. Siéntense. —

– Espero que esta vez no me ponga en un calabozo. – preguntó Zakolov poniendo, en broma, voz de asustado.

– Si sigues con los chistes. – Se rio el sargento. – A propósito, ¿saben qué hacer cuando lleguen al sitio? —

– Nos instruyeron. – Corto y seco respondió por todos Vlad Peregudov.

Como siempre, por su tono de líder, él fue nombrado jefe de grupo.

“Y cuando lo instruyeron?”, Zakolov se rio en su interior.

Como jefe de grupo, Vlad se sentó en el asiento de adelante. Tikhon y Stas, se sentaron atrás.

– Fedorchuk, por qué todos los sargentos de la policía tienen bigotes? – riéndose, preguntó Zakolov

– ¿Si? Y directo el tipo. – Fedorchuk se alisó los bigotes y, pensativo, dijo, – Es para diferenciarnos de los militares. A ellos no se les permite, y nosotros somos voluntariosos. —

Tardaron cerca de dos horas en llegar donde iban. Apenas salieron de la ciudad, las señas de la civilización, poco a poco, desaparecieron. La carretera asfaltada dio paso a la de granzón. Pronto, bajo las ruedas, ya era la simple pista trazada, y al final, el auto iba en la propia estepa. Ya no había camino y las pequeñas piedrecitas crujían bajo las ruedas.

Fedorchuk conducía el auto lentamente, mirando al horizonte y, de vez en cuando, cambiaba la dirección de movimiento.

– Vaya, como odio esta estepa pelada. – gruñía. – Aparentemente es inofensiva, pero, puedo caer en un hueco grande o atascarme en un arenero. Y si tienes que salir del auto por el viento, hay que tener cuidado con las culebras peligrosas y estos bichos con tenazas como los cangrejos: los escorpiones venenosos. Parece un escarabajo, y tiene tanto veneno que puede matar a un perro o un becerro, y hasta un hombre. —

– Los escorpiones no son escarabajos. Más bien son cercanos a las arañas. – aclaró Tikhon.

– Tú, ¡quédate tranquilo! – Graznó el policía como si estuviera disgustado.

– Además, en honor del escorpión han llamado una constelación zodiacal, hace varios miles de años. Quiere decir que hay algo particular en él. —

– Cual constelación? – preguntó Fedorchuk.

– Una del zodíaco. ¿No has escuchado hablar del zodíaco? —

– Ah! Eso. Mejor la debieron llamar hormiga, es inofensiva y más bonita. ¿Y que tiene de particular el escorpión? La culebra solo muerde, pero el escorpión tiene sus tenazas y el veneno en la cola. ¿Como puede la naturaleza soportar esa criatura? —

– En los países occidentales, los astrólogos hacen horóscopos a partir de los signos del zodíaco. – Stas intervino en la conversación. – Allá publican los horóscopos. La gente lee y cree en sus predicciones. Ojalá y publicaran los horóscopos aquí. —

– Astrología, alquimia. – Esas son pseudo ciencias antiguas. – Con autoridad expresó Tikhon. – En nuestro país, con nuestra alta instrucción, esos desvaríos no los leería nadie, aunque los publicaran. Eso es en los países del oriente donde los gobernantes tienen al pueblo poco instruido y así lo pueden controlar. —

– Y aquí, ¿estamos en el Occidente acaso? – se rio Fedorchuk, poniendo atención en el camino, buscando en el paisaje desértico una orientación.

– Aquí estamos en el verdadero Oriente. A cincuenta millas están los cohetes con los cosmonautas, y aquí, todavía la gente teme que algún hechicero los embruje. —

– Hechicería. Brujería…. Tonterías. – Tikhon sonreía. – No estamos en la edad de piedra. ¿Quién cree en eso? —

– A lo mejor, en Moscú, no creen. Pero vives en este desierto y te sorprenderías. Pregunta por ahí. – Fedorchuk movió su mano como abarcando todo el panorama. – Aquí, en quinientos años, probablemente, nada ha cambiado. Un lugar salvaje. No hay gente. Ni siquiera hay un camino.

– Miren! ¡Allá hay dos camellos! – Vlad señaló asombrado.

– Supongo que son del hechicero. Significa que llegamos. Puede ser que los camellos se hayan escapado. Por aquí pastorean como en su casa. —

Fedorchuk estiró la cabeza sobre el volante, mirando a lo lejos, y por fin, vio el techo de un galpón largo y se alegró.

– Coño!, ¡lo conseguí! Hacía dos años que no venía y estaba perdido. Cuando comience la cosecha vendrán los camiones. El año pasado no vinieron estudiantes. Después de aquel asunto, los profesores tenían miedo de venir para acá. Entonces mandaron a todos al lugar de acopio, a cernir granos. —

– Después de cuál asunto? – se interesó Vlad.

Pero el automóvil ya se aproximaba al galponcito, el sargento de la policía miraba atentamente la construcción y no escuchó la pregunta.
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