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Una esquirla en la cabeza

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Hassim esperó una semana más fuera de la ciudad y como había sido acordado fue adonde Shao.

– La mercancía está lista. – alegró a Hassim el inteligente artesano chino.

Después de que los sacos fueron cargados sobre los camellos y la cuenta saldada, Shao llevó a Hassim a un lado y le susurró:

– No es mi problema para que quiere usted tanta pólvora, señor, pero yo le tengo otra proposición interesante. Usted habrá escuchado que la gente del norte de nuestro país hace grandes “dragones calientes”. Así llaman a una gran bola de hierro, llena con este polvo maravilloso, y provista de una mecha no tan larga. Esta mecha se enciende y la bola se lanza con una catapulta al enemigo. Yo, señor, aprendí a hacer el “dragoncito”, para el cual no se necesita catapulta. —

El chino sacó de su bolsillo una esfera negra de hierro del tamaño de un puño y de la cual salía una cuerda aceitada.

– Este “dragoncito” es bueno por el hecho de que se puede lanzar con una mano. Antes de eso lo único que se necesita es encender la cuerdita. ¿No quiere probar? —

El chino le alcanzó la bola a Hassim. Esta resultó fría y pesada. Hassim sopesó el objeto en su mano. El chino encendió la mecha y sonriendo con alegría le gritó:

– Ahora, señor, ¡láncelo! —

Hassim observaba, con interés, como se consumía la mecha y la chispa rojiza, siseando, se acercaba a la bola de hierro.

– Láncela lejos! – gritó Shao. La sonrisa del chino desapareció de su rostro plano.

Hassim miraba el curioso juguete y no entendía por que tirarlo. ¿Y si se rompe? Cuando el fuego se acercó a la superficie de la esfera, Shao, desesperadamente, golpeó la mano del comprador y lo empujó al suelo. La bola cayó y se dirigió hacia donde estaban los camellos.

El puntico de fuego en la mecha desapareció rápidamente bajo la superficie negra de la bola, como un ratón en su ratonera. Casi instantáneamente hubo un gran estallido. Y todo alrededor se cubrió de una nube de humo amarilla.

CAPITULO 9

¡No existen los extraterrestres!

– Que habías pensado? – Se sorprendió Anatoli con la repentina reacción de Zakolov.

– Ya lo había pensado. – repitió Tikhon y era claro que estaba pensando con excitación. – No hay extraterrestres! – gritó, batiendo la mano en el aire.

Anatoli, como atontado, lo miró.

– Está muy bueno eso de batir las manos; pero explícame, ¿que tienen que ver los extraterrestres en esto? – impaciente preguntó.

– No hay extraterrestres en la Tierra. Si ellos vinieran con regularidad, con la técnica moderna ya los hubiéramos controlado. —

– Yo no te dije nada de extraterrestres. – Anatoli le dijo dudoso.

– Claro, eso es cierto. Somos nosotros mismos, la humanidad la que viaja al pasado. —

– Que? Explícame eso. – Anatoli comenzó a disgustarse.

– Esos platillos voladores que se ven por todos lados, no son extraterrestres, son aparatos voladores terráqueos comunes y corrientes del futuro, los cuales por alguna razón pueden venir al pasado. Eso fue lo que sucedió con ese piloto. En ese moderno avión caza él atravesó el tiempo y apareció varios siglos atrás. Imagínate un libro, donde cada página es nuestro mundo año tras año. Y el avión, haciendo un viraje extraño, como un punzón atravesó varias hojas y apareció, en el mismo sitio, pero muchos años antes. —

– Y eso es posible? —

– Es lógico! Mira, nosotros vivimos, no en un mundo tridimensional, sino en uno de cuatro dimensiones. La cuarta dimensión es el tiempo. Si en coordenadas espaciales, comunes y corrientes, nosotros podemos movernos hacia adelante y hacia atrás, ¿por qué en el eje del tiempo solo nos movemos hacia adelante? Es evidente que existen condiciones por las cuales, en la escala del tiempo, el movimiento puede ser hacia atrás. Además, eso sucede instantáneamente. —

– Eso es una tontería! – exclamó Sasha Evtushenko, quien, hasta ese momento estuvo callado, pero que oía atentamente lo que decía su amigo.

– Por qué? – Tikhon no se arredró. – Acuérdate de tantos cuentos fantásticos y populares, los cuales, a primera vista, parecían imposibles, pero tarde o temprano se convirtieron en realidad. Así fue con el avión, con el submarino, con el televisor y con el teléfono. Es posible que la máquina del tiempo, alguna vez, se convierta en realidad. Einstein demostró que el tiempo no es absoluto. El tiempo cambia sus propiedades dependiendo de la velocidad. —

– Y por qué esos platillos voladores del futuro no aterrizan y entran en contacto con nosotros? – Sasha preguntó escéptico.

– Eso no lo sé. Probablemente llegan por casualidad y no pueden controlar ese proceso. Puede ser que la velocidad de sus aparatos voladores sea más alta y esto sucede más frecuentemente. – Tikhon meditó un poco más. – Y puede ser que en la naturaleza haya una ley objetiva desconocida la cual no permite interactuar, materialmente, objetos de diferentes siglos. Es claro que algún objeto provendría de otros y, por lo tanto, no podrían entrar en contacto. ¡Eso quebrantaría la sucesión de acontecimientos! Puede ser que un cuerpo, viniendo del futuro adquiera propiedades de antimateria. En el mejor de los casos es repelido y se devuelve. En el peor de los casos, en el contacto sucede una explosión y la antimateria se desintegra hasta los átomos. Por eso, chispas y explosiones inexplicables suceden de vez en cuando. Por ejemplo, el meteorito de Tunguska y cosas similares. Por cierto, huellas del meteorito de Tunguska no se han hallado hasta ahora. —

– Todo eso es una tontería! – categórico dijo Sasha. – Estamos llenos de gente anormal, y se la pasan soñando. Antes, en los tiempos del dominio de la iglesia la gente veía diablos y ángeles, y ahora, en el siglo del progreso técnico, ven platillos y cohetes. Demasiado sencillo. En los países católicos, donde hay muchos creyentes, hasta hoy, la virgen María se le aparece a uno y a otro. ¡Eso es producto de la imaginación enferma de la gente! Es un asunto de psiquiatras.

– Mi suegro no está enfermo! – Se disgustó Anatoli. Se ofendió por su suegro, quien era un tipo fuerte y normal. – Es un piloto militar. Y ni te imaginas como le examinan la salud a ellos! Si lo dijera otro yo no lo creería. Pero mi suegro no miente. —

– Ah, ¿eso le sucedió a tu suegro? – Se sorprendió Tikhon. – Es un comandante de escuadrilla. —

– Claro! ¡Él es un señor! Ese no miente, ¡ese no sueña! —

– En los grandes cambios de gravedad a cualquiera se le nublan los ojos. – afirmó Sasha. – Y a una gran velocidad acaso puedes discernir? Ok, él vio unos caminantes y camellos. Pero hay muchos en Kazajstan, hasta ahora hay gente que se transporta en camellos y los viejos kazajos ¡se visten a la antigua! —

– No, él vio un ejército enorme, con armas antiguas – explicó Anatoli. – Decenas de miles. Ahora eso no existe. —

– Yo le creo. – dijo Zakolov. – Eso comprueba mi hipótesis. —

Evtushenko decidió no discutir más, pero mantuvo su opinión.

– No sería interesante poder conseguir ese lugar donde él vio esos antiguos soldados? – Con mucho cuidado, Anatoli escogió sus palabras para preguntar lo más importante. – Miren. Este es el dibujo que hizo el suegro, de memoria del lugar. Y esta es una copia de un mapa actual y detallado. —

Anatoli mostró un papel donde aparecía el río y un camello. Ese dibujo lo copió del esquema del suegro, pero en lugar del cofre dibujó una X y al lado un camello. Después, en un papel transparente, calcó un mapa contemporáneo.

Tikhon tomó los dos papeles de la mano de Anatoli y colocó un papel sobre el otro.

– La escala es diferente, por eso no coinciden. Pero si reducimos, mentalmente, el dibujo… ¿Podría ser aquí? – Mostró un punto en el mapa, pero enseguida sacudió la cabeza. – No, los meandros del río son completamente diferentes. —

– Eso que hiciste, ya yo lo había pensado y hecho. – Entusiasmado, Anatoli siguió los razonamientos. – No hay ninguna superposición. Pero mi suegro está seguro que él sobrevoló este sitio y lo dibujo exactamente. —

– Zhusaly. – Sasha leyó en el mapa el nombre de la población cercana. – Por ahí cerca nosotros vamos al arroz. —

– ¿Sí? – Se interesó Anatoli. – Entonces, quizás, yo también vaya con ustedes. A mí me pusieron en la construcción con el tercer año. Pero yo voy a pedir ir con vuestro curso. Deben permitírmelo. Con alguien me cambio. Conozco muchos que quieren quedarse en la ciudad. Y yo, sinceramente, no me quiero calar, ni los pañales del bebé, ni las noches de insomnio. Por ahora, que crezca sin mí. Yo voy con ustedes. Corro al instituto para inscribirme para ir al koljoz. —

Tikhon, concentrado, miraba el dibujo y el mapa.

– El camello está bien dibujado, pero donde está tu ejército antiguo? – bromeó.

– Se me había olvidado! El camello no es común, sino de jorobas blancas. El suegro está seguro. Dice que ya no hay de esos. ¿Habría en la antigüedad? – Anatoli se animó de nuevo. – Por eso quiero encontrar ese lugar. ¿De repente se conservan restos de animales desconocidos por la ciencia? ¡Eso sería un gran descubrimiento! Nuestro aporte a la ciencia.

– De jorobas blancas? – dijo, pensativo, Tikhon. – Interesante… —

– Si, de jorobas blancas. – afirmó Anatoli. – Y la mirada del camello era como si pensara. No, el suegro dijo: penetrante. —

Inesperadamente, a espaldas de Anatoli apareció el rostro curioso de Igor Lisitsin. Era de estatura baja y se acercó sin que nadie lo notara.
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